viernes, noviembre 18, 2016

Mi vida en la carretera, de Gloria Steinem



Ya sea por muertes a cuenta de la dote en la India, crímenes de honor en Egipto o violencia de género en Estados Unidos, los datos revelan que una mujer tiene muchas más probabilidades de ser agredida o asesinada en su casa a manos de un conocido. Estadísticamente, para la mujer el hogar es más peligroso que la carretera.
Tal vez el acto más revolucionario para una mujer sea emprender un viaje por iniciativa propia y ser bien recibida cuando vuelva a casa.

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Si Rosa Parks, Fannie Lou Hamer y otras muchas hubieran sido escuchadas hace cincuenta años, si la mitad de los oradores de 1963 hubieran sido mujeres, habríamos sabido que el movimiento por los derechos civiles fue, en parte, una reacción contra las violaciones y el terror sufridos por mujeres negras a manos de hombres blancos. […] Habríamos sabido que el indicador más fiable de si un país es o no violento –o si podría recurrir a la violencia militar contra otros países– no es la pobreza, la religión o los recursos naturales, ni siquiera el grado de democracia: es la violencia contra las mujeres. Ésta normaliza las demás formas de violencia. 

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Gracias a la señora Greene y a muchas otras que tuvieron el valor necesario para defenderse a sí mismas y a las demás empecé a comprender que las mujeres también éramos un exogrupo. Esa constatación despejó misterios como el de por qué el rostro del Congreso era masculino y en cambio el de la asistencia social era femenino; por qué a las amas de casa se las denominaba "mujeres que no trabajan" pese a que trabajaban más tiempo, más duro y por menos dinero que cualquier trabajador; por qué las mujeres llevaban a cabo el setenta por ciento del trabajo productivo del mundo, remunerado y no remunerado y, sin embargo, sólo poseían el uno por ciento de las propiedades; pro qué masculinidad era sinónimo de liderazgo y feminidad era sinónimo de seguir el extraños baile de la vida diaria.

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Cuando viajas mucho, cada historia se convierte en una novela.

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Las mujeres siempre estamos mejor vistas cuando nos sacrificamos; y sacrificarse es siempre sinónimo de incluir a los hombres, a pesar de que para un hombre sacrificarse no suele significar la inclusión de la mujer.

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La mayor recompensa de un escritor es verbalizar algo sin nombre que muchos experimentan. El mayor castigo de un escritor es que lo malinterpreten. Las mismas palabras pueden provocar ambas cosas.

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Cuando nos guían nuevas personas, vemos nuevos territorios.

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[…] leí sobre la Convención Constitucional y descubrí que, efectivamente, Benjamin Franklin había citado la Confederación Iroquesa como modelo. Franklin sabía de su éxito para unificar vastas áreas de Estados Unidos y Canadá y sembrar la concordia de las naciones nativas para la toma de decisiones colectivas, pero también en lo relativo a fomentar la autonomía de las decisiones locales. Y él aspiraba a que la Constitución hiciera lo mismo con los trece estados, de ahí que invitara a dos iroqueses a Filadelfia como consejeros. Se dice que una de las primeras preguntas que formularon fue: "¿Dónde están las mujeres?".


[Alpha Decay. Traducción de Regina López Muñoz]