miércoles, agosto 03, 2016

Un paseo invernal, de Henry David Thoreau


Me resulta difícil admitir que apenas había leído nada de Henry David Thoreau (en mi biblioteca está Walden, esperando su turno), más allá de algunos textos sueltos. Así que quiero solucionarlo poco a poco. En este volumen se recogen dos piezas del autor: "Un paseo invernal" y "Caminar". En ambos Thoreau se dedica a relatar sus caminatas, en ensayos breves y autobiográficos, en los que nos contagia su pasión por la naturaleza, por los bosques y las montañas y el curso de los ríos donde puede reflexionar mejor, donde se siente en comunión con el entorno, donde el paisaje acaba incluso aceptando la intrusión del hombre que construye cabañas aisladas, pero que acaban incorporándose al bosque. La prosa de Thoreau, no descubro nada nuevo a estas alturas, es de una finura y de una exquisitez que a uno le dan ganas de irse a vivir al campo, o mejor al bosque. La pasión de Thoreau la recogieron a posteriori otros autores (véase, por ejemplo, lo que escribió Jack Kerouac en Los Vagabundos del Dharma). Ambos textos son una delicia, aunque "Caminar" me parece superior. Aquí van unos extractos de los dos:

¿Qué sería de la vida humana sin bosques, sin esas ciudades naturales?

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¿Qué fuego podría igualar al brillo del sol en un día de invierno, cuando el ratón de campo se asoma entre las piedras de la tapia y el carbonero cecea en los desfiladeros del bosque? Entonces el calor proviene directamente del sol, no lo irradia la tierra como hace en verano, y cuando notamos sus rayos sobre la espalda mientras caminamos por algún valle nevado y profundo, nos sentimos agradecidos por recibir esta generosidad singular, y bendecimos al sol por seguirnos hasta ese lugar recóndito.

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En la profundidad del bosque, completamente solos, mientras el viento sacude la nieve de los árboles y dejamos atrás los últimos rastros humanos, nuestras reflexiones adquieren una riqueza y variedad muy superiores a las que ostentan cuando estamos inmersos en la vida de las ciudades. El zorzal y el trepador son una compañía más estimulante que la de políticos y filósofos, a los que volveremos a ver como quien se reencuentra con unos viejos y vulgares compañeros. En este valle solitario, en el que un riachuelo desagua las laderas cubiertas de hielo estriado y cristales de infinitos matices, entre los que sobresalen los juncos y la avena salvaje, y se elevan los abetos y las tsugas, nuestra vida es más serena y verdaderamente digna de contemplación.

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Los alrededores de mi casa me ofrecen una infinidad de buenas caminatas, hasta el punto de que, aunque hace muchos años que salgo a andar casi todos los días, y a veces durante varios días, todavía no las he agotado. Un paisaje absolutamente nuevo es motivo de una felicidad inabarcable que sigo encontrando cada tarde.

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Cuando quiero relajarme, busco el bosque más oscuro, o el pantano que, a ojos de mis conciudadanos, resulta más impenetrable y lúgubre. Camino por allí como por un lugar sagrado, un sancta sanctorum. Allí está la fuerza, la médula de la Naturaleza. El bosque intocado recubre el mantillo y una misma tierra es buena para el hombre y para los árboles. 


[Errata Naturae. Traducción de Marcos Nava]