viernes, diciembre 11, 2015

El árbol, de John Fowles


Mis comentarios sobre este ensayo se pueden leer en Playtime. Aquí os dejo varios extractos del libro:

Escabullirme entre los árboles era como desaparecer en el mismo cielo.

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Es evidente que de niños no vemos cómo son en realidad nuestros padres, y no hay momento mejor para comprender lo que hay de falible en ellos que las ocasiones en que se equivocan y se muestran desvalidos, esa situación ineludible que nos hace poner las cosas del pasado en su sitio.

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No hay frutos para aquellos que no podan. No hay frutos para aquellos que cuestionan el conocimiento ancestral. No hay frutos para aquellos que se esconden en árboles inexplorados, no tocados por la mano del hombre. No hay frutos para los traidores a la causa humana.

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Mucho antes de que se inventaran las lentes y las cámaras de cine, ya teníamos los límites clavados en nuestros ojos y en nuestra mente, tanto en nuestra manera de percibir las cosas como en nuestro modo de analizar lo que percibimos: una interminable secuencia de planos cortos y un posterior salto de montaje. La perpetua necesidad de encuadrar y editar toda esa ingente materia prima que nos rodea.

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Lo que está en verdadero peligro no es tanto la naturaleza como nuestra actitud hacia ella.

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No es el poco saber lo que genera necesariamente la ignorancia; saber demasiado, o querer saber demasiado, puede producir el mismo resultado.

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No planifico la escritura de mis novelas mucho más de lo que suelo planificar mis paseos por el bosque.

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Y ese es el motivo principal por el que encuentro una clara analogía entre los árboles, el bosque, y la prosa de ficción. Todas las novelas son también, de alguna manera, un ejercicio consciente de búsqueda de la libertad, y lo son incluso cuando en esas novelas se niegue la existencia de dicha libertad.


[Impedimenta. Traducción de Pilar Adón]