miércoles, noviembre 20, 2013

Las enseñanzas de Don B., de Donald Barthelme


Recuerdo pocos cuentos tan originales y extraños como los que escribía Donald Barthelme. Tiempo atrás recomendé aquí sus 40 relatos. Y ahora es el turno de este volumen, en realidad una selección de los libros 60 historias, el citado 40 relatos y Las enseñanzas de Don B. Por tanto, ya conocía algunos de los cuentos: "Visitas", "Rayos", "La niña", "Enero", entre otros. Y los he vuelto a releer.

Es admirable la capacidad de Barthelme para desmontar la realidad, convertir entrevistas y recetas de cocina en relatos, conferirle nueva vida a los viejos personajes del cine y la literatura (Ming, El Fantasma de la Ópera, The Sandman…) y extender la sátira por todas las aristas de la sociedad. David Foster Wallace dijo que “El globo”, texto que se incluye en la edición de Automática, era el primer relato que le hizo desear ser escritor, y no me sorprende: en sus pocas páginas el autor desarticula la realidad, convierte un objeto gigante en metáfora y cambia las reglas de la narrativa.

En los relatos de este libro hay espacio para toda clase de locuras: una niña de apenas unos meses a la que sus padres castigan cada vez que arranca páginas de un libro, un grupo de amigos que deciden ahorcar a uno de ellos, un dragón que quiere enfermar, playmates que son despedidas porque han perdido su imagen, ensayos en forma de entrevistas sobre si se permite besar a un presidente e incluso una burla despiadada sobre el Día de Acción de Gracias. Os dejo con algunos fragmentos de este libro divertidísimo (del que, para mi gusto, sobra “La esmeralda”):

Nuestras tardes carecían de expectativas. El mundo parece, llegada la tarde, cargado de ausencia de expectativas si eres un hombre casado. No hay nada más que hacer que volver a casa, tomarte tus nueve copas y olvidarlo.
Hundido en tu sillón favorito, con tus nueve copas alineadas en la mesita auxiliar como un batallón, tu mano nunca alejada de ellas y tu otra mano asida a la barriga regordeta del niño sobrealimentado, y quizá meciéndote un poco, si el sillón es una mecedora, como era la mía en aquellos días, entonces sucede que una pequeña hebra de desprecio –no, no, aprecio, aprecio– puede encresparse desde el almacén donde se guarda el aprecio del mundo y alcanzar tu debilitado cerebro para arraigar allí, convenciéndote de que esto, a fin de cuentas, es el fruto de tus esfuerzos, sobre el que te habías estado preguntando en términos como: “¿Dónde está el fruto?”.
[Del relato “Critique de la vie quotidienne”]

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Al fin ha llegado la hora de contar la verdad sobre el Día de Acción de Gracias. La verdad es esta: no es un día magnífico. Consideren la imaginería: ¡mazorcas secas colgadas de las puertas! ¡Un vino horrible! ¡Mermelada de arándanos en pequeños cuencos de origen extremadamente dudoso que todo el mundo tiene que manejar con el mayor de los cuidados!
[Del relato “Al fin ha llegado la hora”]

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Mantuvimos días atrás una conversación con Ming el Despiadado, uno de los villanos más destacados de los tiempos modernos, cuyo medio siglo de lucha contra su archienemigo, Flash Gordon, ha ayudado a generaciones de estadounidenses a conceptualizar los aterradores encantos del espacio exterior.
[Del relato “Ming”]

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Un día, un lánguido y desaliñado dragón llegó a la ciudad en busca de una enfermedad. Tenía en mente dar fin a su vida, que sentía tediosa, insatisfactoria, sobrecargada de impuestos, carente de objetivos. Buscó enfermedades en las Páginas Amarillas y, al no encontrar ninguna, decidió dirigirse a un hospital.
[Del relato “El dragón”]  


[Automática Editorial. Traducción de Enrique Maldonado Roldán]