Cualquier libro de Thomas Bernhard publicado tras la muerte de Thomas Bernhard es, en realidad, un libro contra Thomas Bernhard. Parece un trabalenguas, pero no lo es. Tiene su explicación: él prohibió que publicaran muchos de sus libros. Lo mismo ocurrió con el título que nos ocupa, una conversación que mantuvo con Peter Hamm en su casa de Ohlsdorf en el año 1977. Lo cuenta Hamm en la nota del principio: que Bernhard, tras leer la transcripción, no quiso que lo publicaran. Aunque estos libros vayan en realidad en contra de la voluntad de Bernhard, los lectores fanáticos como yo los celebramos, los aplaudimos, los devoramos y tomamos anotaciones. Es decir: todo lo que dijera o escribiera Bernhard nos interesa. Todo. Incluso si editaran sus listas de la compra: tampoco nos perderíamos ese libro.
Esta conversación apenas ocupa 100 páginas, y aunque no alcanza la extensión de otros libros de charlas con el autor, merece mucho la pena. Entre otras cosas, aparece una frase que sólo los bernhardianos entienden fuera de contexto, porque es una frase que resume a la perfección su obra y su mundo: En realidad todo da bastante igual, ¿no? Pero también habla con entusiasmo de temas que me interesan, como su descubrimiento de Thomas Wolfe y su fascinación por sus obras, algunas de las cuales ya recomendamos en este blog hace poco; o sus primeros pasos en la literatura. Magnífico, a mi juicio. Os dejo con algunos fragmentos:
¿Cuál fue su primera experiencia impactante como lector?
Bueno, mi primera experiencia como lector fueron los libros de Peter Rosegger. Sin embargo, en realidad me independicé como lector con Thomas Wolfe, fue el primer autor que me fascinó realmente.
¿El ángel que nos mira?
Sí, ése fue el libro del que pensé que era tan magnífico, y quien lo había escrito tan enormemente vital y joven e inteligente. No puedo decir que fuera intelectual, pero sí un torbellino, ¿no? Sobre papel.
Acaba de decir vital, ¿era una categoría importante para usted?
Creo que sí. La manera en que alguien es capaz de volcar limpiamente sobre el papel lo que es un hombre y su entorno como vida, es decir, precisamente como vitalidad. Y sin diluirla en absoluto. La mayor parte de la gente no escribe lo que es vital o está vivo.
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¿Y cuándo escribió Helada?
Escribí Helada en Viena, en 1962, y apareció en 1963, en primavera. Me levantaba a las cuatro de la mañana y escribía hasta las nueve. En realidad sólo puedo acordarme ahora de que era pleno verano y que iba a la piscina de Krapfenwald… hacia las nueve y media, a pie, estaba bastante agotado, me echaba al sol y nadaba, era estupendo. La piscina está por encima de Grinzing, se ve toda Viena. El agua era maravillosa, apenas había gente antes del mediodía, maravilloso. Hacia el mediodía iba a la WÖK, la cocina pública vienesa, allí se podía conseguir por siete chelines cincuenta un menú, y luego iba enfrente, casi en diagonal, al Caféhaus, a leer periódicos. Luego volvía a sentarme hacia las cuatro de la tarde y escribía hasta las diez de la noche. Así hacía, siempre lo mismo.
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¿Qué es lo que le molesta más en sus libros, si es que le molesta algo?
El que nunca me satisfacen cuando están terminados, ¿no? Es decir, que otra vez no haya conseguido hacer lo que quería realmente. Por eso surge un nuevo libro. Ése es probablemente el motivo. Y ese proceso, aunque sé que será siempre el mismo, probablemente no cambiará.
[Alianza. Traducción de Miguel Sáenz]