viernes, septiembre 06, 2013

Sociofobia, de César Rendueles


El arma más eficaz contra la enfermedad que ha inventado el ser humano son las cisternas y las alcantarillas. En contrapartida, la acumulación de excrementos en los lugares que carecen de estas instalaciones es uno de los principales problemas urbanos a escala mundial.

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Creo que este ciberutopismo es, en esencia, una forma de autoengaño. Nos impide entender que las principales limitaciones a la solidaridad y la fraternidad son la desigualdad y la mercantilización. No obstante, tampoco tengo grandes problemas en aceptar que el programa emancipatorio clásico –el del socialismo, el comunismo y el anarquismo– ha muerto, al menos en su literalidad. No porque sus reivindicaciones carezcan hoy de sentido o hayan sido realizadas. Más bien al contrario. Lo que ocurre es que la igualdad y la libertad son asuntos demasiado urgentes e importantes como para dejarlos en manos de proyectos en los que muy poca gente se reconoce. Una sociedad que se piensa a sí misma como una red no es la misma que una que no lo hace. Por eso la crítica del ciberutopismo debería conducir a una reformulación de los programas de transformación política procedentes del pasado y a un replanteamiento de sus propuestas de refundación de la solidaridad social.

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Básicamente, pienso que Internet no es un sofisticado laboratorio donde se está experimentando con delicadas cepas de comunidad futura. Más bien es un zoológico en ruinas donde se conservan deslustrados los viejos problemas que aún nos acosan, aunque prefiramos no verlos.

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Los medios de comunicación y los expertos en telecomunicaciones están dispuestos a tergiversar los hechos tanto como sea necesario a fin de reducir cualquier movimiento político antagonista al subproducto de las tecnologías de la comunicación. La verdad es que el libre acceso a Internet no sólo no conduce inmediatamente a la crítica política y a la intervención ciudadana sino que, en todo caso, las mitiga.

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Hoy todo el mundo coincide en que los soportes digitales eran una bomba de relojería para la industria del copyright. Una vez que se proporciona a los usuarios acceso al máster de un contenido, es sólo cuestión de tiempo que empiece a difundirse por canales no oficiales, mercantiles (como en la venta callejera de DVD piratas) o no (como el p2p). Sin embargo, los primeros soportes digitales que se vendieron masivamente, los CD, parecían la gallina de los huevos de oro. Permitieron a la industria del copyright vender mercancías mucho más baratas de producir a un precio hasta un 300% mayor que los antiguos vinilos y casetes. Muchos de los productos más rentables estaban basados en repertorios ya amortizados. De repente, podías conseguir que personas que ya habían comprado en su momento los vinilos de Elvis o Dylan volvieran a adquirir el mismo producto en CD a un precio disparatadamente mayor.

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Hoy la industria del libro está plenamente integrada en la economía de casino. Los jefes comerciales han ocupado el espacio que antes desempeñaban los directores editoriales. El objetivo de la mayor parte de las grandes editoriales, que han experimentado un notable proceso de concentración, es dar con un superventas que genere plusvalías significativas a muy corto plazo. Para ello apuestan por lanzar grandes cantidades de autores y títulos de los que se deshacen si no obtienen resultados inmediatos. El márketing desempeña un papel fundamental en este proceso. Y aquellos libros que es prácticamente imposible que tengan un alto impacto en un plazo breve, como las obras de poesía, son desechados por la industria.

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Por ejemplo, en España hay una oferta editorial desmesurada para la demanda existente, con más de cien novedades al día. Por otro lado, las librerías tienen la oportunidad de devolver los libros a los distribuidores con un coste bajo si lo hacen en un plazo breve. El resultado de la combinación de ambas dinámicas es la penalización de las obras con un ritmo de difusión lento y el recalentamiento del mercado del libro.

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Vivimos en una jungla semiótica que premia la fragmentación y castiga las narraciones continuas y coherentes.


[Capitán Swing Libros]