Quisiera expresar mi gratitud
a la hoja que cae dócilmente al arroyo y se aleja en silencio.
A mi padre, que me enseñó el pudor y el arte de callar.
A mi madre, por descubrirme los cuentos de la poesía.
A los grajos sobre el páramo nevado.
A su rostro reposando sobre mi pecho aún agitado
después de hacer el amor.
Al olor secreto de las lilas en el patio de mis abuelos.
A los domingos, con sus mañanas de perezoso entusiasmo
y sus tardes propensas al aburrimiento.
Al resplandor cotidiano de la amistad.
Al susurrar de las espigas doradas en junio.
Y, por último, al tránsito silencioso de las nubes, que atraviesan
el cielo sin origen ni destino.
27-02-2005
Jacob Iglesias, Las piedras del río
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