viernes, marzo 15, 2013

2020, de Javier Moreno



La Navidad siempre me había parecido un tiempo extraño. Un tiempo que era la inminencia de algo que casi siempre acababa decepcionándonos. Un espectáculo de magia al que nos convocaba puntualmente el calendario y tras el cual siempre quedaba una chistera vacía.

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El lenguaje de la miseria está hecho de gruñidos y monosílabos. La pobreza empieza por la precariedad de la sintaxis.

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Los chinos son una raza indudablemente superior. Los chinos son una raza con paciencia. Y el éxito de una civilización se mide por la paciencia. La paciencia de los chinos es la roca en la que rompe la exasperación del resto de civilizaciones. 

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La crisis lo ha cambiado todo. La realidad había descubierto sus costuras y a través de ellas asomaba un magma de posibilidades. Tenían razón los que pregonaban que la crisis era una época de oportunidades. La miseria siempre ha sido una oportunidad al alcance de cualquiera.

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Todos tenemos algo que ver con los chinos. La historia es como un tablero de Monopoly. Los que solo creen en el dinero crecen rápido y se desinflan más rápido todavía. Los que creen en la eternidad duran un poco más, edifican templos, fundan burocracias, pero acaban estancándose y decayendo. Solo los que creen que el tiempo es cíclico logran perpetuarse. Ellos son los que se acaban haciendo con todo el tablero. Puede que estén a punto de retirarse del juego, pero aguantan, observan a los ganadores, descubren sus puntos flacos y aguardan el momento propicio para levantarse y cobrar fuerzas renovadas. Ahora lo saben todo de su enemigo. El tiempo corre hacia atrás, las agujas giran en sentido inverso. El derrotado sabe ahora cómo resolver las contradicciones, cómo salvar los obstáculos. El victorioso intentará aferrarse a la estrategia que lo llevó al éxito sin darse cuenta de que sus pasos ya están calculados y neutralizados de antemano por su víctima.

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Lo cierto es que, por motivos que más tarde aclararé, acabé siendo uno más de los sin techo que buscan cobijo en los aviones abandonados en las inmediaciones de la T4. Quizá ya conozcan la historia. Aviones comerciales y jets privados cuyos propietarios quebraron o no pudieron hacerse cargo del alquiler de las plazas que los aparatos ocupaban en el aeropuerto y a los que un cálculo elemental de costes y beneficios llevaron a la conclusión de que resultaba preferible abandonar a su suerte. Todo esto ocurrió en la primavera de 2018.

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Una población adoctrinada con los más altos valores de la tolerancia y el pacifismo y apesebrada en un redil mediático y cultural de mediocridad en manos de unas élites económicas y políticas sin escrúpulos educadas en la competitividad y en la ley del más fuerte. Eso era España. Ni siquiera había pastor. Los lobos se habían puesto a cuidar directamente de las ovejas.

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Un hijo viene al mundo para distanciarte de la mujer. La esposa desaparece para convertirse en madre. Y el hombre piensa que la exigencia es lo menos que se puede pedir a quien ha venido al mundo para echarte de la cama y provocarte insomnio y modificar hasta lo irreparable el cuerpo que servía para tu placer. Pero ama a sus hijos, los ama a pesar de todo. Por encima de todo.

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Empecé a escribir solo por curiosidad, por espíritu contradictorio. Un hombre que no se contradice es un hombre incompleto.

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La ficción había ocupado el lugar de lo real. Y a nosotros nos tocaba pagar por el espectáculo.