jueves, diciembre 20, 2012

El sonido de mi voz, de Ron Butlin



Una de las nuevas editoriales con más atractivo es Rayo Verde. He empezado por esta novela corta de Ron Butlin, alabada por Irvine Welsh y merecedora de algunos premios. Son evidentes los paralelismos con otros libros sobre el alcoholismo (pues en eso se centra la historia), pero especialmente con Días sin huella, la novela de Charles R. Jackson que hace tiempo leí y que Billy Wilder convirtió en una obra maestra del cine con Ray Milland.

La particularidad de Butlin es que narra el alcoholismo de su protagonista, Morris Magellan, desde la voz que susurra dentro de él, una de esas voces en segunda persona del singular que acaban volviendo locas a algunas personas, como vemos ya en las primeras líneas: Estabas en una fiesta cuando murió tu padre, y cuando te lo dijeron, de inmediato ocurrió el milagro. Esa voz va contándole a su propietario lo que ambos ven y recuerdan. Porque lo que ambos no recuerdan es lo que tienen que afrontar su mujer y sus hijos: grandes pérdidas de memoria por culpa de las borracheras diarias, pese a que Morris es un ejecutivo eficaz en su trabajo. Así, lo que va revelándonos El sonido de mi voz es cómo un alcohólico pierde progresivamente el contacto con la realidad, y cómo hay una gran diferencia entre su percepción y la de los de su entorno, y cómo esos olvidos van desestructurando su matrimonio e incluso la relación con sus compañeros de oficina.

En sólo 162 páginas, con una prosa envolvente, en un estilo directo y de frases breves y cortantes, Butlin analiza el alcohol como ese analgésico con el que muchos intentan olvidar su pasado y mejorar su visión de las cosas mientras, al contrario de lo que pretendían, van metiéndose poco a poco en el barro. Un fragmento:

El tren llegó. Te subiste, te sentaste, y empezaste a leer.
-¿No tiene futuro? –dijo el que estaba sentado enfrente con fingida sorpresa–. Tampoco tiene pasado, ahora no. Es un borracho.
Alzaste la vista. Había dos hombres sentados enfrente de ti. Dos hombres que no habías visto nunca antes. Debían estar hablando de otro. Debían. De ti no. No te conocían. No tenías aspecto de borracho. No eras un borracho, estabas leyendo el periódico de la tarde. Uno de los dos notó que les mirabas, así que al periódico otra vez. Estabas leyendo. No podías ser un borracho. Si estabas leyendo no.
“No tiene futuro ni tiene pasado tampoco, es un borracho” había dicho aquel hombre. Ni futuro ni pasado; sólo quedaba el presente, pensaste. Pero hay dos tipos de presente, ¿verdad? Con una copa y sin ella. No es difícil la elección. Para ti.


[Traducción de Manuel Míguez]