jueves, octubre 18, 2012

Cosmópolis




Si mal no recuerdo, Cosmópolis fue el primer libro de Don DeLillo que leí. Y recuerdo con precisión el momento: me acababan de ingresar en el hospital (sólo serían un par de noches) y ésa fue la lectura que me llevé para acompañar aquellas horas de encierro. Para mí es uno de sus mejores libros: la odisea de un Ulises contemporáneo que atraviesa la ciudad en limusina y se erige en uno de los representantes del mercado financiero y uno de los emblemas del capitalismo.

David Cronenberg, uno de mis directores predilectos, siempre sale bien parado de cualquier empresa, incluso cuando se trata de adaptar libros imposibles de filmar: los de J. G. Ballard, Stephen King, Patrick McGrath, William S. Burroughs… No se me ocurre otro cineasta para adaptar el mundo de DeLillo, tan complejo como su prosa, tan rotundo como las situaciones en las que a veces involucra a sus personajes.

Aunque Cosmópolis no ha gustado a mucha gente, a mí me parece una de sus películas más logradas. Sus más antiguos defensores prefieren sus primeras películas: yo no. Porque, aunque me gustan, técnicamente Cronenberg ha dado un paso de gigante. Rabia, por ejemplo: es muy buena, pero carece de la planificación cuidada, precisa, minimalista, artesanal de Cosmópolis. Cada plano de este filme parece pensado hasta el último detalle, y la puesta en escena ha sido examinada con lupa para que todo sea perfecto: el encuadre, los detalles del fondo, el punto donde se coloca la cámara…

Por si esto no bastara, Cosmópolis es tan compleja como la novela: perturbadora, filosófica, marciana. El director adapta casi al pie de la letra el libro. Retrata a la perfección el momento actual: Un espectro recorre el mundo. Es el espectro del capitalismo, leemos en una escena. Incluso los detalles característicos de Cronenberg (ese chófer con cicatriz en el ojo, esa exploración anal, esa llaga que le ha salido al protagonista y de la que un médico le dice: Dejaremos que se exprese, etcétera) en realidad ya estaban en la prosa de DeLillo. Pero Cronenberg los absorbe, los asimila, los hace suyos, digiere la narrativa literaria y devuelve la narrativa cinematográfica.

Es una película que detestarán quienes odien la abundancia de diálogos en el cine, quienes se nieguen a reflexionar en una sala, quienes sólo quieren ver a los héroes de Hollywood correr de aquí para allá. Al cinéfilo de raza ha de gustarle. Contiene un montón de secuencias magistrales: pienso ahora en la de la peluquería, en la charla con Samantha Morton, en toda la parte final, en el momento de la discoteca… Es un filme para ver varias veces, buscando los detalles y los matices que se nos hayan escapado en los diálogos. Su lectura sobre el capitalismo la convierte en una película explosiva para el momento actual. Y no faltan en ella referencias, casi guiños o quizá homenajes, a otras películas de la filmografía cronenbergiana: a Crash, a Videodrome, a eXistenZ, a Promesas del este

Mención especial merece el reparto. Robert Pattinson, un tipo al que yo odiaba por su pretensión de estrella teen, es perfecto para el papel: frío, hierático, fantasmagórico, casi vampírico (y no he visto la saga de Crepúsculo). Las estrellas brillan en papeles breves: Juliette Binoche, Samantha Morton, Mathieu Amalric, Paul Giamatti… Pero son los actores desconocidos quienes más me gustaron: la mujer del protagonista (Sarah Gadon), el guardaespaldas (Kevin Durand), el peluquero (George Touliatos). Hace ya tres días que vi la película, y cuanto más pienso en ella… más me gusta.