miércoles, octubre 03, 2012

Autorretrato con radiador, de Christian Bobin



Yo no conocía la obra de Christian Bobin. Ni siquiera había oído hablar de él. Y fue Isabel Bono, amiga y poeta obsesionada con aquellos que escriben a media voz, con tantos silencios en la página como palabras (Samuel Beckett, Peter Stamm, Sam Shepard, E. M. Cioran), quien me lo recomendó. Empiezo con este breve y maravilloso libro, en el que el autor escribe un diario durante un año de su vida. Un diario en el que siempre planea la sombra de la amada muerta, de la que sólo nos va contando algunos esbozos que configuran su identidad. No se trata de un diario al uso porque Bobin nos habla de las cosas pequeñas, de lo que aún le confiere vida a pesar de haber probado la ausencia: las flores que se marchitan pronto, los árboles a la orilla del camino, los paseos hasta el cementerio, la irrupción de la luz en los cuartos, la nieve sobre los tejados, las palabras inocentes de los niños… Pero también hay muchas reflexiones sobre la poesía, la literatura, la vida y la muerte y el pasado. Os dejo con unos cuantos apuntes:

Domingo 14 de abril

Dios mío, por qué habéis inventado la muerte, por qué habéis permitido que venga una cosa semejante, es tan agradable la vida en la tierra, vuestro paraíso tendrá que ser deslumbrante para que la ausencia de esta vida terrenal no se haga sentir en él, necesitaréis ingenio para darme una alegría tan pura como la del aire fresco de una mañana de abril, sí, necesitaréis mucho talento y por consiguiente amor para que no llegue a vuestro paraíso, ninguna nostalgia de esta vida, herida, pequeña, muda.

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Me pregunto dónde estás. El cementerio, la tierra, el ataúd, eso no me basta como respuesta.

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Atravesaste esta vida sin que nada ni nadie te parase, y continuaste con tu impulso: no estás en tu muerte. No descansas en ella. La atraviesas y sigues yendo en la oscuridad con los ojos abiertos de par en par.

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Los niños de corta edad acaparan todas las fuerzas de los que se ocupan de ellos y, en una milésima de segundo, por la gracia de una palabra o de una sonrisa, dan infinitamente más que todo lo que habían acaparado.

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Y un día, para conocer un libro nos bastará con posar nuestro índice sobre su portada, y toda la luz de las palabras nos penetrará, sin que quede nada, y ese día sabremos que estamos muertos –pues mientras estamos vivos, estábamos condenados a lo laborioso, a palabra por palabra y a lo indescifrable.

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Viernes 30 de agosto

Lo que mantengo no es un diario, es un fuego que alumbro en la oscuridad. No es un fuego que alumbro en la oscuridad, es un animal que alimento. No es un animal que alimento, es la sangre que escucho en mis sienes, latiendo –como un postigo atravesado contra la pared de una casita.

Los muertos, como los vivos, al igual que los vivos, trabajan para separarse de la muerte.

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Me invitáis a que hable de mis libros. Es una petición, por supuesto, bienintencionada. Pero aprendí a mi pesar –lo que constituye la manera más fresca de aprender– que algunas formas de que nos quieran sólo saben hacernos daño. Así es cómo yo os oigo: “Venga a debilitar sus libros hablando con nosotros”. Y esto es lo que yo os respondo: el cerezo ofrece sus frutos a la hierba espesa y a los gorriones golosos. Sus cerezas a veces viajan y bailan en los mercados, pero él se obstina en su soledad ventosa. Bajo su gorra de flores blancas, piensa en las rojeces venideras y no se imagina por los caminos, dando cuenta de su trabajo. 

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El mundo está terrible en estos tiempos. Muchos tan sólo encuentran en él lo justo para sobrevivir y un día los poderosos tendrán que pagar por lo que hacen a los débiles. ¿Una venganza? No, sobre todo nada de venganzas. Más bien la dicha convaleciente de una vida en la que nadie sea considerado más en función de su lugar en la sociedad. Mirada ante mirada. Palabra ante palabra. Y eso es todo. Y nada más. Y como los poderosos no soltarán nunca nada, será preciso cogérselo. ¿Cogerles qué, su dinero? No, el dinero sella su enfermedad, el dinero es su enfermedad. Habrá que arrancarles aquello por lo que sienten más avaricia: una mirada libre de todo desprecio. Una mirada humana, simplemente.


[Traducción de José Areán]