Yo no conocía la obra de Christian Bobin. Ni siquiera
había oído hablar de él. Y fue Isabel Bono, amiga y poeta obsesionada con
aquellos que escriben a media voz, con tantos silencios en la página como
palabras (Samuel Beckett, Peter Stamm, Sam Shepard, E. M. Cioran), quien me lo
recomendó. Empiezo con este breve y maravilloso libro, en el que el autor
escribe un diario durante un año de su vida. Un diario en el que siempre planea
la sombra de la amada muerta, de la que sólo nos va contando algunos esbozos
que configuran su identidad. No se trata de un diario al uso porque Bobin nos
habla de las cosas pequeñas, de lo que aún le confiere vida a pesar de haber
probado la ausencia: las flores que se marchitan pronto, los árboles a la
orilla del camino, los paseos hasta el cementerio, la irrupción de la luz en
los cuartos, la nieve sobre los tejados, las palabras inocentes de los niños…
Pero también hay muchas reflexiones sobre la poesía, la literatura, la vida y
la muerte y el pasado. Os dejo con unos cuantos apuntes:
Domingo 14 de abril
Dios mío, por qué
habéis inventado la muerte, por qué habéis permitido que venga una cosa
semejante, es tan agradable la vida en la tierra, vuestro paraíso tendrá que
ser deslumbrante para que la ausencia de esta vida terrenal no se haga sentir
en él, necesitaréis ingenio para darme una alegría tan pura como la del aire
fresco de una mañana de abril, sí, necesitaréis mucho talento y por
consiguiente amor para que no llegue a vuestro paraíso, ninguna nostalgia de
esta vida, herida, pequeña, muda.
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Me pregunto dónde
estás. El cementerio, la tierra, el ataúd, eso no me basta como respuesta.
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Atravesaste esta
vida sin que nada ni nadie te parase, y continuaste con tu impulso: no estás en
tu muerte. No descansas en ella. La atraviesas y sigues yendo en la oscuridad
con los ojos abiertos de par en par.
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Los niños de corta
edad acaparan todas las fuerzas de los que se ocupan de ellos y, en una
milésima de segundo, por la gracia de una palabra o de una sonrisa, dan
infinitamente más que todo lo que habían acaparado.
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Y un día, para
conocer un libro nos bastará con posar nuestro índice sobre su portada, y toda
la luz de las palabras nos penetrará, sin que quede nada, y ese día sabremos
que estamos muertos –pues mientras estamos vivos, estábamos condenados a lo
laborioso, a palabra por palabra y a lo indescifrable.
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Viernes 30 de agosto
Lo que mantengo no
es un diario, es un fuego que alumbro en la oscuridad. No es un fuego que
alumbro en la oscuridad, es un animal que alimento. No es un animal que
alimento, es la sangre que escucho en mis sienes, latiendo –como un postigo
atravesado contra la pared de una casita.
Los muertos, como
los vivos, al igual que los vivos, trabajan para separarse de la muerte.
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Me invitáis a que
hable de mis libros. Es una petición, por supuesto, bienintencionada. Pero
aprendí a mi pesar –lo que constituye la manera más fresca de aprender– que
algunas formas de que nos quieran sólo saben hacernos daño. Así es cómo yo os
oigo: “Venga a debilitar sus libros hablando con nosotros”. Y esto es lo que yo
os respondo: el cerezo ofrece sus frutos a la hierba espesa y a los gorriones
golosos. Sus cerezas a veces viajan y bailan en los mercados, pero él se
obstina en su soledad ventosa. Bajo su gorra de flores blancas, piensa en las
rojeces venideras y no se imagina por los caminos, dando cuenta de su
trabajo.
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El mundo está
terrible en estos tiempos. Muchos tan sólo encuentran en él lo justo para
sobrevivir y un día los poderosos tendrán que pagar por lo que hacen a los
débiles. ¿Una venganza? No, sobre todo nada de venganzas. Más bien la dicha
convaleciente de una vida en la que nadie sea considerado más en función de su
lugar en la sociedad. Mirada ante mirada. Palabra ante palabra. Y eso es todo.
Y nada más. Y como los poderosos no soltarán nunca nada, será preciso cogérselo.
¿Cogerles qué, su dinero? No, el dinero sella su enfermedad, el dinero es su
enfermedad. Habrá que arrancarles aquello por lo que sienten más avaricia: una
mirada libre de todo desprecio. Una mirada humana, simplemente.
[Traducción de José Areán]