A un hombre que trabaja tanto en el cine (un rodaje y un
guión nuevo y un montaje cada año) se le puede perdonar todo, principalmente si
alterna maravillas (Midnight in Paris,
El sueño de Casandra, Match Point…) con películas menores (Conocerás al hombre de tus sueños, Scoop…). A Roma con amor es, sin duda, una de sus obras más flojas.
Intentemos entender por qué.
Woody Allen, en esta nueva etapa de rodajes por otros
países, se adapta a cada ciudad como un camaleón. Su mirada es la del turista,
cierto; pero es un turista capaz de atrapar la esencia de esas ciudades, de
captar su magia y devolvernos instantes gloriosos de cine. En su nueva
película, por tanto, se ha inspirado en la comedia italiana de los años 50 y 60
(basta con escuchar la BSO), donde tienen cabida las situaciones más
inverosímiles, y el surrealismo de algunas obras de Fellini. Lo hace con la
estructura de capítulos: episodios independientes, con personajes que no llegan
a cruzarse, a la manera de esos filmes italianos de capítulos rodados por
varios directores.
Todas las situaciones planteadas bordean lo imposible o lo
rocambolesco o lo inverosímil: Roberto Benigni, un funcionario gris, se
despierta un día convertido en un famoso, sin que él entienda las razones (del
mismo modo que Robin Williams empezaba a desenfocarse en la magnífica Desmontando a Harry); Jesse Eisenberg se
tropieza con un arquitecto famoso que se convierte en su conciencia,
apareciendo allá donde menos se le espera, como una especie de fantasma vivo, y
el primero tiene que afrontar una dura prueba: resistirse a los encantos de una amiga de
su novia; Woody Allen trata por todos los medios de convertir en una estrella
de la ópera a un funerario que canta muy bien en la ducha; una pareja se separa
durante unas horas y él acaba con una puta y ella con una celebridad. Las historias, por cierto, no coinciden en el tiempo: algunas duran días; otras, apenas unas horas.
La película plantea dos problemas. El primero es que
nosotros, los espectadores, ya no estamos acostumbrados a la comedia italiana
de aquella época; nos desencajan algunas de las situaciones planteadas en el
filme. El segundo es que el gran guionista que es Allen no brilla tanto como,
por ejemplo, en su obra precedente.
Sin embargo hay que verla. No faltan algunos momentos
geniales (no los voy a desvelar). Y están Alec Baldwin y Jesse Eisenberg, que juntos logran esa química del maestro y su alumno. Y están Ellen Page y Penélope Cruz, dos formas de la
belleza totalmente opuestas. Y circulan por ahí, a modo de cameos-homenaje,
algunas antiguas e irreconocibles estrellas: Ornella Muti, Giuliano Gemma, Maria
Rosaria Omaggio, Carol Alt… Y, sobre todo, está Roma, cuya magia Woody Allen ha
sabido capturar con precisión en estos cuentos urbanos.