viernes, agosto 17, 2012

Paul Thomas Anderson, de José Francisco Montero



Existen algunos puntos de contacto entre el argumento de Magnolia y la biografía de Anderson, lo que sin duda potenció su implicación emocional en este trabajo. Mientras Anderson escribía el guión, sufrió de cerca las consecuencias del cáncer: el 6 de febrero de 1997 murió su padre debido a un cáncer pulmonar, y Anderson le cuidó sus últimos días de vida. Tan sólo dos días después falleció, también por cáncer, el actor Robert Ridgley, amigo del director y que ya actuó en The Dirk Diggler Story, así como en Sydney y Boogie Nights.

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En el retrato del niño prodigio que finalmente se rebela al trato que recibe de los adultos –no sólo de su padre sino también de los que forman parte del concurso– es apreciable, como ha reconocido Anderson, la influencia de algunos cuentos cortos de J. D. Salinger, recogidos en los volúmenes Nueve cuentos (1953), Franny y Zooey (1961), Levantad, carpinteros, la viga maestra (1963) y Seymour: Una introducción (1963), en que se ocupa de los problemas de los hermanos Glass –o de otros niños prodigiosos como el protagonista de Teddy, cuento perteneciente a la primera colección señalada–, brillantes y extremadamente sensibles y que de niños participaron en un concurso radiofónico de características similares al que aparece en la película, llamado Es un niño sabio.

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La conexión que existe entre escribir desde las entrañas y escribir a partir de la música es evidente en la secuencia Wise Up de la película. Había llegado al final del monólogo de Earl antes de morir y estaba tratando de encontrar una manera de avanzar en la emoción, pero me había atascado. Hasta que, mientras borraba y borraba en el ordenador, escuché a Aimee Mann cantando Wise Up. Empecé a escribir con la canción, sin pensar nada más que en la letra. El curso natural de las cosas era hacer que todos los personajes la cantaran, y que la cantaran tal como la sentían […] Fui lo suficientemente estúpido o lo insuficientemente cobarde como para no borrar una vez que terminé de escribirlo. Y, antes de que me diera cuenta, ya estaba filmándolo. Sólo quiero agregar que me alegro de haber sido tan inconsciente.
[…]
Para confirmar, además, la carga emocional implícita en la misma, hay que considerar que está situada inmediatamente después del momento en que Phil le administra la morfina líquida al moribundo Earl Partridge, probablemente el instante del filme más emotivo para Anderson, habida cuenta de su obvia vinculación con la reciente muerte por un cáncer de su padre.

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En la representación que ha construido sobre sí mismo Frank Mackey, el papel del disfraz resulta fundamental: en sus extravagantes seminarios, en los que escenifica un machista ritual que mezcla, por un lado, un hortera sentido del espectáculo y, por otro, las estrategias para la creación de un carismático liderazgo propias de un telepredicador, viste algo parecido al disfraz de un superhéroe. De hecho, antes de iniciar la entrevista, le dice a Gwenovier: “Soy como un superhéroe, soy Batman, soy Superman”. No es casual que esto lo diga, premonitoriamente, mientras se desviste y se cambia de ropa, es decir, mientras se quita el disfraz: en efecto, la entrevista con la periodista, al revelar ésta todas las mentiras con que ha fabricado su historia familiar, va a suponer el desvelamiento de lo que hay tras la apariencia engañosa que ofrece a los demás –mientras se desviste Frank Mackey se queja a la periodista de que no estén filmando, aún inconsciente de que la representación está a punto de llegar a su fin–.

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Las novedades aportadas por Pozos de ambición respecto a su obra previa son muy notables, revelándose como un verdadero salto adelante en la evolución creativa de su autor, y constituyéndose en una obra de madurez, a pesar de la juventud de su director, dentro de su trayectoria: ya no es la obra del niño prodigio del cine norteamericano, mimado por la crítica internacional y muy consciente de su talento, sino la obra del cineasta con una carrera importante a sus espaldas, pero que no por ello se ha acomodado sino que, todo lo contrario, sigue afrontando su trabajo desde una actitud de búsqueda de nuevos caminos, asumiendo riesgos muy considerables.