lunes, agosto 27, 2012

Media vida, de Darin Strauss



Darin Strauss, escritor ya ampliamente reconocido en Estados Unidos, hace aquí una especie de crónica o testimonio de sus años de juventud, cuando una desgracia trastocó su vida para siempre. Strauss conducía un coche a los 18 años cuando Celine, una chica que estudiaba en el mismo instituto que él, se le metió con su bicicleta delante del vehículo y él no pudo esquivarla. La atropelló. Strauss mató a la chica involuntariamente. Fue un accidente y él resultó eximido de culpa. Pero aquello lo marcaría durante años porque, aunque él no estaba muerto como la alumna, tuvo que afrontar los rumores, las miradas recelosas de sus compañeros, la compasión de su familia, el dolor de los padres de ella, y sobre todo la culpa, que fue devorándolo durante años. Libro de no ficción, por tanto, Darin Strauss ha reunido el coraje suficiente para escribirlo; tardó años en decidirse a afrontarlo, cuando ya se había convertido en un célebre novelista. No os fiéis de la cubierta, tan parecida a esos best-sellers dramáticos que algunos rehuimos. Este libro es otra cosa. Conmueve, e incluso cuenta con el beneplácito de Nick Hornby. Un extracto: 

Un artículo del New York Times de septiembre de 2009 afirmaba que, por término medio, cada muerte ocurrida en Estados Unidos afecta profundamente a otras cuatro personas. De los supervivientes que se ven afectados, alrededor de un quince por ciento “apenas son capaces de hacer su vida”. Y este sufrimiento profundo –que se prolonga y se prolonga, y no ofrece “valor de redención”– ha recibido un nombre para distinguirlo de lo que solía llamarse dolor: trastorno complejo de aflicción.
Trastorno complejo de aflicción suena mucho más contundente de lo que yo padecía; aunque quizá se aproximaba bastante a lo que padecían los padres de Celine. (Es crónico e intenso. Consiste en que una persona decide que, puesto que sus seres queridos ya no pueden caminar por las calles, ellos tampoco tienen derecho a caminar por ellas. Una madre declaró al Times: “Eric ya no tendría más cumpleaños; ¿por qué iba a tenerlos yo?”)
El tratamiento aplicado a esta afección es una variante excepcionalmente rigurosa de la terapia basada en hablar. Y quizá, también un gran avance: los terapeutas obligan a los pacientes a revivir los detalles de la muerte, y les hacen repetir, delante de ellos, los pormenores de su dolor ante una grabadora. Después el paciente pone la cinta grabada –esa emotiva crónica de su congoja– todos los días, en casa. A primera vista, parece una especie de práctica religiosa o de tortura. Pero, según el Times, la terapia es totémica. No se basa en grabar la cinta ni en escucharla. Se basa en la posesión, en tener la historia guardada en un sitio. 


[Traducción de María Corniero]