miércoles, mayo 09, 2012

Una vida absolutamente maravillosa, de Enrique Vila-Matas



Escribir lleva siempre a un desazonante túnel sin final, porque jamás se llega a la satisfacción plena, nunca se llega a escribir la obra excepcional que siempre confiamos en que haríamos algún día, y eso produce la más grande de las desazones. Antes se aprende a morir que a escribir.

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Cerré los puños, bajé la cabeza. Muy pocas películas me han fascinado tanto como El resplandor de Kubrick. Lamenté, casi con rabia, no haber tenido en ningún momento presente, durante la elaboración de Bartleby y compañía, al paralizado y perturbado escritor inventado por King. Los lamentos, como las desgracias, nunca vienen solos. De inmediato me acordé de Ray Milland en Días sin huella, el alcoholizado escritor de la película de Billy Wilder, el narrador paralizado que no es capaz de escribir ni la primera línea de su libro, tan sólo el título, que repite obsesivamente, sin poder pasar de ahí: La botella.

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Hay que ir hacia una literatura acorde con el espíritu del tiempo, una literatura mixta, mestiza, donde los límites se confundan y la realidad pueda bailar en la frontera con lo ficticio, y el ritmo borre esa frontera.