Ya no es fácil encontrar este libro. Lo publicaron dos
editoriales distintas: Caralt en los 70, con el ridículo título de Puños rotos; y Euler en los 80,
respetando el título original. En algunas librerías de viejo aún lo tienen, pero
a un precio casi prohibitivo. Yo tuve suerte: conseguí la edición más moderna
por 10 euros.
Fat City es la
novela en la que se inspiró John Huston para dirigir aquel peliculón homónimo,
y el libro no se queda corto. Es una historia de boxeo, de trabajos temporales
y de perdedores. La historia de un boxeador ya retirado, Billy Tully
(interpretado, en la película, por Stacy Keach), un tipo ya en declive,
destrozado por el abandono de su mujer; y de un boxeador principiante, Ernie
Munger (al que interpretó Jeff Bridges), quien acaba metido en una relación que
le obliga a retirarse durante un tiempo del ring. Trata de sus éxitos fugaces,
de sus relaciones tempestuosas con las mujeres, pero sobre todo de sus fracasos,
de los fracasos de ambos. También incluye unas pinceladas sobre el entrenador y
otros boxeadores que pululan por el mismo gimnasio.
El libro, que descubrí gracias al ensayo de Joyce Carol
Oates sobre el boxeo, me ha recordado a algunas novelas de John Fante, de
Charles Bukowski, de Ed Bunker, de Nelson Algren (especialmente en el retrato
de los hoteles de mala muerte y de los trabajos de recolección de frutas y
hortalizas); está en esa línea del realismo norteamericano en el que todos los
autores mencionados, y algunos más, fueron unos maestros. Ya lo comenté en
Facebook: este libro, un retrato certero y despiadado de las oportunidades
perdidas, merece una reedición, sin tantas erratas como las que lastran la
edición de Euler, y creo que la editorial en la que encajaría a la perfección
es Sajalín. Unos fragmentos:
En medio de una
fantasmagoría de rostros estropeados, mejillas y cuellos marcados con
cicatrices, narices torcidas, picadas, hinchadas o aplastadas, mellas en la dentadura,
protuberancias pardas, encías desprovistas de dientes, barbas incipientes,
labios leporinos, orejas colgantes, llagas, costras, bocas babeantes de tabaco,
espaldas cargadas, cejas partidas, ojos cansados, desesperados y asombrados por
las luces de Center Street, Tully vio a un joven conocido con la nariz rota. Su
primer impulso fue alejarse entre la multitud para evitar que le viera, pero
ambos estaban allí por el mismo motivo.
**
Arcadio Lucero había
empezado a pelear con desesperada furia y estilo implacable como consecuencia
de sus disputas con otros limpiabotas de Oaxaca, donde, tras la muerte de su
madre, había tenido que dormir en los bancos bajo los árboles. En invierno,
envuelto en un sarape y tocado con un gorro de punto, había tosido y tiritado
por las noches en compañía de otros muchachos y adultos, y aunque notaba la
ausencia de su madre, no echaba de menos su antiguo consuelo.