miércoles, diciembre 14, 2011

Fargo Rock City, de Chuck Klosterman



Es Pop Ediciones nos trae, por fin, otro libro de Chuck Klosterman, autor de Pégate un tiro para sobrevivir (que me gustó mucho y tengo por ahí, en algún rincón de la biblioteca). Fargo Rock City es uno de esos libros que mezclan ensayo, periodismo y autobiografía para trazar un recorrido por la música de los años mozos de Klosterman. Nacimos el mismo año, así que pueden suponerse que comprendo perfectamente los gustos y las inquietudes del escritor. Este género entronca con las 31 canciones de Nick Hornby (estupendo libro) y con los Mil Violines de Kiko Amat (que está en mi mesilla, pendiente de lectura). Y por sus páginas desfilan Mötley Crüe, Guns N’ Roses, Metallica, Bon Jovi, Def Leppard, Kiss, Scorpions, Aerosmith, Ozzy Ousburne e incluso Yngwie J. Malmsteen, entre otros muchos, generalmente de death metal, hard rock, glam rock y heavy metal. La historia de algunas canciones, la opinión de Klosterman sobre muchos de los discos míticos, la influencia en la cultura pop de esas bandas y sus trabajos, etc, etc. Lo mejor, aparte del repaso exhaustivo de su autor, es la prosa afilada que el tipo se gasta. Reparte flores y balas por igual. A veces da tantos palos que entiendo las polémicas que le granjeó en su momento. Dos extractos:


Appetite for Destruction es la respuesta concreta a la pregunta “¿Por qué hacía falta que existiera el hair metal?”. Después de toda la cocaína y los accidentes de coche y los gritos y los meneos y la masturbación musical y los pentagramas y las putas muertas, esto es lo que nos queda: el mejor disco de los ochenta, al margen de géneros. A la hora de hacer una lista con los diez mejores álbumes de rock de todos los tiempos, este es el único lanzamiento pop metal que podría entrar en ella; ciertamente es el único disco de la era Reagan que puede competir con el Álbum Blanco y Rumours y Electric Warrior. Appetite for Destruction es un Exile in Main Street para todos los nacidos en 1972, sólo que Appetite es más cañero y no se vuelve aburrido en el medio. Es hijo ilegítimo de todos los primeros discos de Aerosmith, pero las letras son más inteligentes y Axl baila mejor.

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Seamos sinceros: más o menos todos damos por hecho que los grupos de rock no están hechos para perdurar. En el momento en el que nacemos, empezamos a morir; en el momento en el que un músico se hace famoso, está empezando a caer en el olvido. Todos los conjuntos pop que obtienen un gran éxito comercial con un solo álbum (y especialmente con un solo sencillo) deben afrontar siempre la misma crítica por parte de todo el mundo ajeno a su público: “Dentro de cinco años nadie sabrá quiénes son”. Y la mayor parte de las veces es cierto. Esto, por supuesto, es bueno. Si todo el mundo que se hace famoso siguiera siéndolo, acabaríamos arruinados comprando cuarenta discos nuevos cada martes.


[Traducción de Óscar Palmer]