martes, noviembre 29, 2011

Visitas de la culpa

No es un ladrón ni el hielo que se agrieta, pero me desvelan sus ruidos en el tejado.
Cuando anochece, una mujer camina sobre nuestros techos de cinc. Con pasos lentos, a veces acelerados por algún acceso de ira, recorre las cubiertas, y sus sonidos regulan mi vigilia. Para los habitantes de las casas contiguas, esos pasos tienen el ritmo sosegador del agua que choca contra un acantilado.
De día permanece silenciosa en un escondite. Como a los pájaros, le subimos restos de comida, y yo le echo migas de insomnio. Al alejarnos, vemos su sombra proyectada sobre los adoquines.
Desconocemos su rostro y su idioma, y los vecinos la llaman por el nombre de una amante perdida. Esperan su regreso nocturno con mayor esperanza que quienes ofrecen unas flores a los muertos más recordados.


Francisco Javier Irazoki, Los hombres intermitentes