Empiezo a perder la cuenta de las veces que he cruzado el Atlántico, de sur a sur, de sur a norte, de Norte a norte, de centro a norte, de sur a norte, no lo sé. Vuelvo a Buenos Aires tras 8 años. No sé cuántas veces habré soñado con este momento, todos los días desde que me marché aquel mediodía de junio, gris, camino de Rosario, donde me emborraché como pocas veces en mi vida. Talía viaja en el asiento delantero al mío, así los dos tenemos ventana y nos damos la mano por el hueco. El catalán a mi lado padece una halitosis de espanto, hedor que me obliga a padecer también a mí, en silencio, al tiempo que no deja de rozarme con el codo, la mala educación, digo yo, llevamos siete horas en el aire y el 340-600 de Iberia comienza a parecer una pocilga volante, llena hasta los topes de aire viciado, sobrecargos rancios y muchas ganas de llegar. Es complicado centrar la emoción de este regreso, no sé cómo será cuando anochezca, sobrevolamos el caldero negro, leves turbulencias, me acompaña Barrueco, me acompaña Ezequiel Pérez Placencia, vuelvo a Buenos Aires y he de ponerme a escribir para rescatar eso en lo que has pensado tantas veces, en cómo sería el descenso a Ezeiza, en reencontrarte con la calle Charcas, con Liliana Barrios, de volver ahora casado, con Talía, escuchando un tema que anime a tus lágrimas a fluir.
Anoche me sentí bien entre todos esos amigos escritores, algo se está gestando en Madrid. Era la presentación de Asco, el libro de JAB que he estado leyendo, en Tipos infames. Allí estaban los Womack, Luis Morales, Esteban Gutiérrez, Marcus e Isabel con Vega, Francesco Spinoglio, quien me conquistó con su nobleza y su emoción en la presentación de Dan Fante, Mario Crespo y los beat-os de León, una gente estupenda, Clea, la editora de Eutelequia, Marta, de siete meses, Óscar Esquivias apoyando al autor con su habitual calidez. Tuve que tomarme unas cuantas cervezas para romper esa timidez que me hace sentir siempre un poquito poco en esas ocasiones pero no tardé en romper el cerco del editor y reír con toda esa buena gente que se había congregado para recibir Asco, el libro de JAB que ahora leo. Luego me pasé por los Diablos Azules, donde encontré a Marcelo Luján y a un pupilo bonaerense que había venido de paseo, me gusta Marcelo, parece que nunca se fue, que se quedó en Buenos Aires, así sigue hablando, como si jamás se hubiera marchado, extraño en la mayoría de argentinos que en cuanto llegan a Madrid tratan de ser más parisinos que De Gaulle, y eso que el general era natural de Lille. La jam estaba a medio gas, pero me alegré de conversar con Javier, de la revista Tercero C, un tipo encantador, al igual que Pilar, la Diabla Mayor.
Había que terminar de empacar aún, Talía me llamó a las once, volvía de cañas con las amigas de baile, nos dio pereza tomarnos la última y nos vimos en casa. Volví a pie desde Tribunal, sin poder evitar pensar, al cruzar Gran Vía: "Mañana será Corrientes", y bajé por Montera, esquivando a las esclavas al margen que me agarraron del brazo, con un par de tangos en la cabeza, con un cuarteto cordobés que hablaba de Dios,
Maradó, Maradó...
Daniel Ortiz, Inédito