He aquí a Belacqua, un niño rollizo que pedalea cada vez más veloz, con la boca entreabierta y las aletas de la nariz hinchadas, cuesta abajo, por delante del friso que forman los espinos, tras el carromato de findlater, y cada vez más veloz, hasta colocarse al lado del jamelgo, pegado a la grupa negra, gorda y húmeda del jamelgo. ¡anda y dale un latigazo, cochero, métele un mamporro, endíñale un sopapo, pégale una galleta a ese gordo patizambo! Se le quedó tiesa la cola al arquearse, como un súbito azacaneo de plumas, ahuecándose para soltar un chorreo de cagajones. ¡Ah...!
Y más que se va a asombrar unos años más tarde subiéndose a los árboles en el campo y en la ciudad deslizándose por la cuerda del gimnasio.
Y más que se va a asombrar unos años más tarde subiéndose a los árboles en el campo y en la ciudad deslizándose por la cuerda del gimnasio.