viernes, septiembre 16, 2011

Vocativo singular

Te lo advertía tu padre al final del verano,
cuando agosto ponía las primeras tormentas
por un sur de relámpagos, detrás de las montañas,
y silbaban los trenes de la estación remota.
Sonaban sus bocinas como un lamento negro,
bajaban al hollín que había en la chimenea:
-He soñado esta noche
con mi padre –decía
.
Le veía y me hablaba
como te hablo yo ahora.
Si sueñas con los muertos, es que vienen las lluvias.
Y tú entonces soñabas con muertos muy lejanos,
con toreros antiguos o con antepasados
a los que nunca viste,
con muertos cuyos rostros conocías de lejos,
en fotos color sepia o en los cuadros antiguos
que el sol iluminaba cuando caía la tarde
en la penumbra tibia de la casa.
Hoy te sigue pasando:
al final del verano y anterior a la lluvia,
se pasea por tu sueño un triste mensajero
que viene de otro tiempo,
de una nada con nubes que arrastra el suroeste.
Pero ahora ese tiempo es reciente y los rostros
son cercanos: amigos,
familiares que vuelven
más jóvenes y enteros para anunciar la lluvia.
Cuando hablan sin nostalgia usan para llamarte
un suave vocativo singular y doméstico
y en su penumbra ignoran que vienen temporales.
En ese vocativo hay algo que te llama
más allá de tu nombre y de tu tiempo frágil.
¿De qué lugar oscuro del corazón de un muerto?

Santos Domínguez, extraído del blog Best Poems