Me pregunto qué lleva al público (así, en general) a comulgar con unos extraterrestres que atacan la Casa Blanca, pero se ríen de una invasión alienígena en el antiguo y polvoriento Oeste. Yo creo que, si aceptamos las reglas de un juego, tenemos que aceptar las del otro. Por eso mismo fui a ver la última película de Jon Favreu, que me entretuvo con Iron Man y me aburrió con su secuela. Por eso y también porque soy fanático del western. El público también se ha tomado a chacota el título, y el título proviene de un cómic, y la mezcla de géneros (pistoleros y extraterrestres), tal vez ignorando otras fórmulas célebres de antaño, como unir a karatecas o samuráis con cowboys (El blanco, el amarillo y el negro, El kárate, el colt y el impostor, Sol rojo, etc). Y lo cierto es que, como espectáculo y entretenimiento al más puro estilo matinal de Hollywood, no está mal. Al menos su primera hora de metraje; luego cae en lo típico y en las evidentes batallitas para contentar al personal. Porque esa primera hora de metraje está más cerca (y se nota que lo han hecho consciente y no involuntariamente) de Regreso al futuro III que de, por ejemplo, Open Range o Sin perdón. Un tono ligero, de burla, medio de coña, con una fotografía luminosa y colorista que, insisto, remite a la tercera parte de la peli de Zemeckis (salvando las distancias, claro: abismales). Y además intervienen unos cuantos secundarios de culto: Keith Carradine, Clancy Brown, Paul Dano, Sam Rockwell... Y esa primera hora cumple con los requisitos y los tópicos del western: el duelo, la pelea en el saloon, el ranchero cruel, el hijo mimado de éste, el forastero enigmático... Y te entretienes un rato. Disfrutas y te diviertes. Una hora u hora y pico, ya digo. Luego la cosa cae en picado, sobre todo en su última media hora, y ni siquiera James Bond (Daniel Craig) e Indiana Jones (Harrison Ford) pueden salvarla.
Hace 21 horas