lunes, agosto 15, 2011

12-S: Cartas de Nueva York, de Eliot Weinberger


Hace unos días compré, por fin, Algo elemental, el alabado libro de Eliot Weinberger que publicó Atalanta. Al llegar a casa recordé que tenía, en algún lado, y pendiente de lectura, otra obra del mismo autor: estas Cartas de Nueva York, que recopilan cinco artículos del autor, que aparecieron en diversas publicaciones de todo el mundo, además de un prefacio y una coda. Weinberger repartió palos a la administración Bush. El libro se editó, en España, en 2003. Diez años después del 11-S, la lucidez del autor no ha perdido vigencia. Él se atrevió, entonces, a decir cosas que otros prefirieron callar. Aquí van un par de fragmentos:

Durante veinte años los estadounidenses han sido asaltados sin tregua por las imágenes de los medios, con una constante escalada de sensacionalismo, al igual que los romanos vertían una emulsión de pescado en sus alimentos para estimular sus paladares insensibilizados por el plomo de las tuberías. La violencia se ha vuelto grotesca. Las comedias se sirven cada vez más de imbecilidades escatológicas que se confunden con transgresiones, las películas de aventuras han desechado el argumento y se han transformado en parques de atracciones que ofrecen estremecedores efectos especiales cada segundo; las corporaciones manufacturan revolucionarios cantantes de rap o conjuntos de rock de iracundos jóvenes blancos; la televisión hace de la muerte de celebridades casi olvidadas objeto de duelo nacional, de los pronósticos de tormentas ordinarias ominosas advertencias de un desastre en potencia y de los infortunios de personas comunes y “reales” un incesante torrente de tragedias wagnerianas.

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Nos han vuelto locos con las guerras, reales o inminentes. Ya se ha olvidado que el 10 de septiembre la popularidad del presidente Bush era extremadamente baja. El auge económico de los años de Clinton se desplomaba, y a él se lo tenía por un tonto, blanco de las bromas de los humoristas de la televisión nocturna; por un autómata controlado por su vicepresidente Dick Cheney, una suerte de Dr. Mabuse/Dr. No/Dr. Strangelove; por un presidente que ni siquiera había sido elegido, sino que había llegado al poder gracias a una suerte de golpe de Estado judicial. La única esperanza de Bush era una guerra que uniese a la nación, como ya había hecho su padre durante su propia crisis económica, y es obvio que si no hubiese acaecido lo del 11 de septiembre, Estados Unidos habría invadido Iraq a finales de año. El gabinete ya había empezado a manifestarse al respecto el primer día de la presidencia de Bush, pero antes era preciso poner en marcha el gobierno y esperar a que el tiempo refrescase en el desierto.


[Traducción de Aurelio Major, Octavio di Leo y Rosamaría Núñez]