Contar historias, imaginar una vida, reconstruirla. Revivir a su madre. Hacerla hablar a través de las palabras escritas. Darle de nuevo la voz. Sentir que habita cada página. Esa es ahora su intención.
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La muerte es una llamada de teléfono.
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Luego, después, está el tiempo. El tiempo que media entre la llamada y el cuerpo. Entre el abstracto “se ha muerto” que H. nunca logrará asimilar y el cuerpo sin vida, concreto, real, material, obsceno. El cuerpo sobre la cama, sin vida, aún templado, sin mirada, lánguido, aguardando ser recluido en el ataúd. El cuerpo. Lo que resta.
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En el intervalo H. tiene que vestirse. Aprenderlo todo de nuevo. Porque en el intervalo uno lo olvida todo. Olvida dónde están los calcetines, dónde ha guardado los zapatos o cómo se atan los cordones. Porque en el intervalo las cosas se rebelan. Y todo se pone en su contra. Los objetos se vuelven obstáculos y, por un momento, de nada vale lo aprendido.