En otras palabras: en una sociedad constituida exclusivamente por los muertos de la ficción, sin lazos bidireccionales con la realidad de procedencia, vacía de victimarios, los responsables últimos de las masacres cuyas consecuencias estábamos tratando de imaginar en el televisor (o en otras pantallas) éramos nosotros, espectadores. El telespectador de Los muertos ocupa la posición del verdugo: en la pantalla es capaz de acceder a la realidad alternativa que sus actos violentos han creado. Primer paso de un lento camino hacia el duelo, el arrepentimiento, la catarsis. O, por el contrario, hacia la convicción, la reafirmación, el odio regenerado.
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