Emotivo y poético librito (unas 140 páginas en edición de bolsillo) de Albert Cohen, escrito tras la muerte de su madre. Contiene muchas sentencias gloriosas de las que he tomado nota. Aunque recorre algunos días de la infancia y la juventud del autor, la narración, principalmente, consiste en una larga carta de amor filial. Dice Cohen, en este libro: Sed dulces cada día con vuestra madre. Según él, los hijos no solemos aceptar que nuestras madres son mortales. Hasta que se mueren y la vida nos sacude en los morros. Cohen está en lo cierto. Ahí van varios extractos:
Heme aquí, ante el espejo, locamente en mi infortunio aspirando a alguna felicidad, tristemente rascándome de dolor aunque petrificado, maquinalmente arrastrando las uñas por el pecho, sonriente y débil ante mi espejo, donde busco a mi madre y mi infancia, mi espejo, que me hace fríamente compañía, y en el que sé, sonriente, que estoy perdido, perdido sin mi madre.
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A veces aún me sorprendo diciéndome: “No se te olvide contarle esto a mamá”.
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Hijos de madres aún vivas, no olvidéis que vuestras madres son mortales. No habré escrito en vano si uno de vosotros, tras leer mi canto de muerte, se muestra más dulce con su madre, una noche, acordándose de mí y de la mía. Sed dulces cada día con vuestra madre. Amadla mejor de lo que yo supe amar a la mía. Que cada día le deis una alegría, eso os digo amparado en mi dolor, gravemente desde el peso de mi luto. Estas palabras que os dirijo, hijos de las madres aún vivas, son el único pésame que a mí mismo puedo darme. Mientras aún sea tiempo, hijos, mientras ella siga ahí. Apresuraos, que pronto reinará la inmovilidad en su faz de imperceptible sonrisa virginal. Pero os conozco, y nada os sustraerá a vuestra loca indiferencia mientras vuestras madres sigan vivas. Ningún hijo sabe de verdad que su madre ha de morir, y todos los hijos se enfadan y se impacientan con sus madres, locos que no tardan en recibir su castigo.
[Traducción de Javier Albiñana]