Hace algunas semanas, durante la presentación en Fnac Callao de la novela `Chump Change´ (Sajalín Editores), su autor, el escritor norteamericano Dan Fante (hijo de uno de mis autores predilectos, el fallecido John Fante), flanqueado por Francesco Spinoglio, por el intérprete Ismael Cherif y por mí, dijo al público que, si alguien leía su libro y no le gustaba, que por favor entrara en su web oficial, buscara su dirección de correo electrónico y se lo dijera. Él prometía contestar. Al término del evento, quienes conocen mejor a Fante que yo (pues lo conocí la misma tarde de la presentación) me dijeron que era cierto: responde siempre los e-mails y no tarda en hacerlo. Y estamos hablando de un autor que ronda los sesenta y siete años, y que ya es toda una celebridad en Francia, Italia o EE. UU. Es decir, alguien del que, dadas sus circunstancias (edad y éxito), no se esperaría uno que tuviera e-mail ni que lo respondiera. Aparte de ese gesto, Fante tuvo otro que yo no esperaba: antes y después de la presentación estuvo tomando cañas con nosotros (en su caso, bebidas sin alcohol).
Más o menos por aquellas fechas leí con devoción otro libro tan bueno como el de Fante: `Knockemstiff´ (Libros del Silencio), del norteamericano Donald Ray Pollock. Durante su lectura, por curiosidad consulté en Facebook si el autor tenía perfil. Sí lo tenía. Sin esperanza, pero por probar, le envié una petición de amistad. Para mi sorpresa (Pollock es un autor venerado por gente como Chuck Palahniuk), no sólo aceptó la “amistad”, sino que a continuación me escribió un mensaje privado para decirme que agradecía que le añadiera como amigo, que lo apreciaba. Y todo ello sin conocerme ni tener idea de quién carajo soy. En otras ocasiones, algunos autores extranjeros me han escrito correos para agradecerme que reseñara sus libros: los poetas Milan Richter y John Ennis o la ensayista Fiamma Arditi, por señalar algunos casos. También hace unas semanas Vicente Luis Mora escribía en su bitácora una reseña del libro `Richard Yates´, de Tao Lin, autor joven y residente en Estados Unidos. Tao no sólo colgó un fragmento de la reseña en su propio blog: también entró en la página de Vicente para dejar un comentario como muestra de su gratitud. Un par de días antes de aquello le pedí amistad a Lin en Facebook y en seguida me aceptó. Son gestos insólitos, que uno no se espera de gente célebre y extranjera.
Todo esto me sirve para comparar esa actitud de los extranjeros, que a menudo parecen valorar más a las personas como tales que a la cantidad de fama que acarrean dichas personas, con la actitud que se estila a menudo en España, donde los famosos de turno suelen mirar (hablo de la literatura, no de otros campos) primero quién es ese tío que les escribe o hace la reseña, y comprobar dónde publica y en qué punto de la escala de éxito está, para luego decidir si responden o no. Y por lo general no contestan. Digo esto porque, así como con las celebridades de fuera no hay ningún problema de comunicación, con ciertos españoles es imposible contactar. Prefiero no citar nombres, pero durante los últimos diez años me he encontrado a personas de ese palo. Te las presentan en una fiesta o durante la concesión de algún premio, te dan una palmada y su dirección de e-mail, te ruegan que les escribas y jamás te responden cuando lo haces. Nunca darán las gracias a los bloggers por una reseña favorable y, si les pides amistad en Facebook, se harán los tontos. En estos tiempos parece más fácil comunicarse con Stephen King que con alguna estrella del star system español.