miércoles, diciembre 29, 2010

Un personajillo desalmado

Tras mis primeros días de luto, llegan los agradecimientos y los tirones de orejas. Los primeros son para el personal del Hospital Provincial de Zamora, especialmente para los enfermeros que aguardaron en la planta 2 del edificio a que yo llegara con una bolsa de ropa y estuviera presente en el cuarto antes del levantamiento. Y para los empleados de la funeraria, que siempre nos esperaron para que no nos alejáramos del féretro porque ahí residen el respeto de la familia y la voluntad del finado. Y es extensible a las enfermeras del turno de noche, eficaces cada vez que las llamé por el interfono. En una situación así, en la que están involucrados la muerte, el velatorio y el funeral, todos son menos estrictos con el reglamento y procuran adaptarse a las necesidades de las familias hundidas por el dolor. En contextos de esa índole, el personal es capaz de demostrar humanidad y empatizar con quienes están arrasados por la pena. El sentido común acaba prevaleciendo porque se trata de situaciones durísimas y anómalas, que nos empujan a vivir momentos muy difíciles de soportar.
No obstante, siempre hay alguien que no está a la altura. Alguien que olvida el respeto y la humanidad y la empatía y quiere ser un pequeño generalillo. El día 20 de diciembre (lunes, sobre las 11:50 de la mañana), tras decirnos los de la funeraria que nos esperaban para que los siguiéramos, porque es lo mínimo que se merece alguien que ha dejado ya este perro mundo, es decir, que sus seres queridos formen una comitiva de acompañamiento, subimos al coche de mi primo y circulamos tras el vehículo de la funeraria, que subió por Alfonso XII para luego torcer a la derecha por Ramos Carrión y llegar hasta la Iglesia de San Juan: un tramo de apenas unos metros.
Al final de Alfonso XII se nos cruzó el coche de un policía municipal que bajaba en sentido contrario. Permitió pasar a los de la funeraria, bajó la ventanilla y nos dijo que el giro a la derecha estaba prohibido. Le dijimos que seguíamos a los de las pompas fúnebres, que íbamos con ellos hasta la iglesia, que estábamos de funeral, que nos dejara pasar. El tipo, además de no permitirlo ni atender a explicaciones, se puso borde. Como si, en vez de estar en pleno funeral (la situación más jodida y desagradable que puede vivir un ser humano), estuviéramos de juerga. Yo sólo pensaba en seguir al féretro en el que viajaban los restos mortales de nuestra santa madre, en no dejarla sola. Y el policía no fue capaz de empatizar con nosotros, y se comportó de manera ruin, borde, inhumana y desagradable. Mi primo le pidió que nos multase, como pago para atravesar ese tramo. El otro no quiso, le bastaba con ser obedecido. Así que, antes de perder los papeles, salimos del coche, ayudando a mi tía a bajar, que ya tiene sus años y no está para carreras y no quería dejar solo el cadáver de su hermana. Pero no pudimos acompañar al furgón en esos metros, en ese espacio entre Semuret y San Juan. Y eso nos pesará siempre. Porque los velatorios y los cortejos fúnebres tienen sus propias reglas. En unas horas en las que todo el personal (sanitario, funerario…) con el que tratamos supo adaptarse al dolor ajeno, aquel personajillo, el poli municipal, la autoridad competente, el patán de turno, demostró su vileza, su falta de tacto y empatía, sus malos modales y su nula comprensión. En una ciudad, además, que no es precisamente Los Ángeles, y en la que a otros se les permite circular por allí e incluso aparcar transitoriamente junto al Ramos Carrión (y no me refiero a los residentes). A ese hombre sin alma, algún día, el destino le pasará factura. Porque aquí hay para todos, amigo.


El Adelanto de Zamora / El Norte de Castilla