Cualquiera que haya visto las películas de Alejandro González Iñárritu sabe que el espectador suele salir destrozado de la experiencia: él, junto a Guillermo Arriaga (salvo en este nuevo trabajo), analiza el dolor y sus extremos y consecuencias hasta niveles que dañan a los espectadores, los dejan molidos. En Biutiful ya no hay una estructura fragmentaria que el espectador deba recomponer por su cuenta. Ahora la historia es lineal (si no contamos las dos secuencias del principio), sigue a Uxbal, un hombre que sobrevive como puede en Barcelona, entre trapicheos, disgustos y palos de la vida.
Lo primero que hay que destacar, aunque sea muy evidente, es el extraordinario trabajo de Javier Bardem. Porque Bardem va más allá de la interpretación: se transforma en su personaje, se convierte en otra persona, se acomoda a lo requerido en el papel, como hacía en su juventud Robert De Niro. Biutiful se apoya en él, se alimenta de él, se sustenta en su trabajo impecable. No nos extrañaría que le dieran otro Oscar. También es notable la galería de actores españoles que aparecen, casi todos en papeles muy breves: Violeta Pérez, Karra Elejalde, Eduard Fernández, Rubén Ochandiano, Ana Wagener…
Aunque la película me ha gustado, es un tour de force de Bardem y otro análisis demoledor sobre el dolor, creo que esta vez Iñárritu (uno de mis directores contemporáneos favoritos) ha cargado mucho las tintas con un tono a lo Callejeros; son demasiadas las lacras sociales que gravitan alrededor del protagonista, lo cual diluye el problema principal en vez de reforzarlo: la enfermedad, los negros del top manta, la orfandad, el alcoholismo, los chinos que fabrican ropa de marcas falsas, la inmigración, la infidelidad, la mugre, el paro, los trapicheos para sobrevivir, las drogas, la explotación laboral, los sobornos, las disputas conyugales… Llega un momento de asfixia en que uno se dice: “Sólo falta que el protagonista sea leproso, manco y ciego, joder”.