Te enamoras del whisky irlandés Jameson. Antes, cuando tenías en las manos una botella de alcohol, te reconfortaba la idea de que su contenido iba a mitigar y a intensificar al mismo tiempo tu limitado panorama del mundo, pero no te importaba la botella en sí, como ahora el Jameson, no te dedicabas a reseguir con los dedos las letras en relieve ni tampoco examinabas la exquisita tipografía. Una noche estás solo en la barra del fondo, haciendo precisamente eso —tienes la botella en las manos y estás mirando embelesado las florituras que hay en la base de la etiqueta—, y el nombre John Jameson hace que te venga a la cabeza la canción infantil John Jacob Jingleheimer Schmidt. La estás tarareando para ti mismo cuando Simon, el responsable de que hayas descubierto el whisky Jameson, entra en el bar cantando en voz alta la misma canción. Te saluda con la mano, pasa de largo y se mete detrás de la barra delantera, y tú te quedas mirándolo pasmado porque no hay explicación para una coincidencia tan enrevesada, y te da la sensación de que te acaba de visitar la más enorme de las profecías. Buena o mala, eso no lo sabes. Lo único que puedes hacer es esperar y ver qué pasa.
Ahora un grupo de borrachos que están en la parte de delante han retomado la canción y se ponen a cantarla con la voz única de un gigante fugitivo.
Patrick Hewitt, Abluciones
Ahora un grupo de borrachos que están en la parte de delante han retomado la canción y se ponen a cantarla con la voz única de un gigante fugitivo.
Patrick Hewitt, Abluciones