viernes, octubre 01, 2010

El antólogo, de Nicholson Baker


Nicholson Baker ha escrito un ensayo disfrazado de novela. Novela sobre un escritor que, una vez compilada una antología poética sobre autores que utilizan la rima, no es capaz de escribir la extensa introducción que ha planeado y que su editor espera. Además, su mujer le acaba de abandonar, él duerme cada vez menos y va a la deriva. De ahí (de su cansancio, de su malestar, de su impotencia) deriva que el libro contenga una mezcla de frases absurdas y otras geniales. El narrador, Paul Chowder, habla sobre poesía y cuenta historias de poetas y da algunos consejos útiles. No siempre estoy de acuerdo con lo que dice, y tampoco me parece la mejor novela del año (lo han dicho algunos críticos), y sin embargo he disfrutado con el tono desenfadado y confesional del libro. Abajo, algunas muestras:

Otro truco: si tienen algo que decir, díganlo ya. No lo dejen para más tarde. No se digan, voy a ir edificando esa verdad, que es la que realmente quiero decir. No se digan, en este poema voy a ir avanzando a hurtadillas y empezar con esta otra verdad que tengo aquí, y luego voy a enredar un poquito por aquí y luego jugar con un poco de plastilina morada, aquí en el rincón, y por último llegaré a la verdad al final de todo. No, descúbranse inmediatamente. Si se reservan no funcionará. Comiencen por decir lo que verdaderamente quieren decir y el mero hecho de decirlo les llevará al siguiente verso y luego al siguiente y al siguiente. Si más adelante tienen que disponer las cosas de otra forma, pueden hacerlo.
Y nunca piensen, Oh, demonios, más tarde escribiré todo este poema. Nunca piensen, Primero escribiré el poema sobre mi viejo chaleco salvavidas naranja, con lo que estaré más preparado para enfrentarme con la realidad de ese otro poema más obsesivo e intimidante acerca de la casita en el árbol a la que su árbol rechazó. No. si lo hacen, el tema principal se rebelará y renegará de ustedes. Se quedará ahí colgando como una guindilla olvidada en la rama. Plántenlo, trabájenlo, acábenlo.

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Si las escuchan, las historias y los fragmentos de historia que oigan a veces pueden deslizarse en su poema y enroscarse en su interior. De modo que más tarde se recorta la historia y el poema tiene un misterioso sentimiento de vaciedad preñada, como el perro después de la operación.

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Tal vez mi teoría de la métrica pueda resultarle útil a la gente. En definitiva lo fundamental es ayudar. Si uno siente que sirve para algo, si uno piensa que lo que escribe contribuirá a la vida o a la verdad, de un modo u otro, seguirá escribiendo. Pero, si falta ese sentimiento, tendrá que encontrar otra cosa que hacer. O morirse, supongo. O cortar el césped, o ir a algún sitio y hacer algo, como visitar una mansión histórica, o limpiar una habitación, o enseñar a la gente algo que uno piensa que vale la pena saber.

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En el Volumen 1 de los New and Selected Poems
, de Mary Oliver, que me acabo de comprar –porque me ha llegado el momento de leer a Mary Oliver, a quien he conocido todos estos años por las antologías– hay un buen poema acerca de la vez en que ve a una mujer lavando ceniceros en los servicios de un aeropuerto de Extremo Oriente. La mujer tiene el pelo negro y sonríe a Mary. Yo quiero que ese poema dé cuenta de algo que verdaderamente ocurrió. A veces sí me importa si es ficción o no ficción.

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La verdadera depresión de un poeta es un rigor mortis de agonía. Es una total incapacidad del cuerpo para funcionar. No quieres salir de tu habitación.

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Los poetas que han alcanzado cierto grado de depresión son excelentes autores de cartas, porque escriben una carta y la mandan, y hasta que reciben la respuesta están pendientes de cuál pueda ser esa respuesta. Eso les ayuda durante tres días. O tal vez pase una semana o un mes antes de que reciban la respuesta.

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Hay un momento en el que tienes que prescindir de todo esnobismo y de tu idea de la cultura y reconocer que un episodio cualquiera de Friends es probablemente mejor, más exaltante para el espíritu humano, que el noventa y nueve por ciento de la poesía o la dramaturgia o la narrativa o la historia que nunca se hayan publicado. Piénsenlo. Sí, por supuesto, Tolstoi y por supuesto Keats sí y bla bla, y sí por supuesto, sí. Pero vivimos en una época de inventiva particularmente rica. Y no se reconocen en absoluto a algunas de las personas más inventivas. Ganan el dinero a espuertas, pero no se les reconoce como artistas. Lo que es probablemente mucho más sano para ellos y mejor para su arte.

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En 1947 Elizabeth Bishop dio su primera lectura en Wellesley. “Estuve enferma desde varios días antes”, dijo. Y luego dio otra lectura en 1949 y volvió a ponerse enferma antes, y en el público nadie pudo oírla. Y no volvió a dar lecturas durante veintiséis años, después de aquello.


[Traducción de Ramón García]