viernes, septiembre 03, 2010

J. G. Ballard. El tiempo desolado, de Pablo Capanna


Pablo Capanna, escritor nacido en Florencia y criado en Buenos Aires, se anticipó hace años a los estudios sobre dos autores fundamentales de la literatura contemporánea: J. G. Ballard y Philip K. Dick. Antes de que otros los ensalzaran, especialmente los encargados de elaborar el canon, ese invento tan snob, Capanna ya había estudiado a fondo a ambos. El presente ensayo, publicado hace unos 20 años, se presenta en versión actualizada, revisada y ampliada. Para quienes, como yo, hayan leído varias obras de Ballard, este ensayo constituye un complemento esencial. Quienes, en cambio, no conozcan sus libros, tienen aquí una oportunidad para adentrarse en este autor de mundos fascinantes. Capanna analiza los títulos más importantes, señala influencias y simbolismos, traza un mapa de obligada consulta. Los mundos ballardianos nacen con la guerra y la reclusión en un campo de concentración japonés, como muestra en su novela El imperio del sol. Dice Capanna: El emblema de la piscina vacía atraviesa toda la obra de Ballard. Algo que ya aparecía en la novela citada. Copio unos reveladores fragmentos sobre el simbolismo:

Así como los filósofos griegos creían que el mundo físico estaba constituido por cuatro elementos (aire, agua, fuego y tierra) y los físicos modernos hablan de cuatro estados de la materia (sólido, líquido, gaseoso y plasma), los elementos simbólicos del mundo de Ballard también serían cuatro: agua, arena, cemento y cristal.
La cuaternidad ballardiana no pertenece al mundo del espacio; las cuatro figuras son diversos estados del tiempo. El agua es el pasado; la arena es el futuro; el cemento, el presente; y el cristal, la eternidad. El propio Ballard los había relacionado con el tiempo, aun antes que Pringle.
Según Pringle, cada uno de estos principios se vincula a la vez con los cuatro loci de la cosmología medieval, que tienen una raíz bíblica. De tal modo, el agua sería el Jardín del Edén; la arena, el infierno; el cemento, el mundo de la Caída, y el cristal el Cielo, la Ciudad de Dios.
Todos los otros símbolos, según Pringle, girarían en torno de esta cuaternidad. Figuras como los fósiles, los ríos y lagos desecados, las playas o las piscinas vacías, se articulan en torno de la arena. El gigante ahogado, que ha venido del agua, simboliza a la vida que sucumbe a la entropía, como la ballena blanca en Melville.
(…)
En los apocalipsis de la ciencia ficción se trastocaba el hábitat cotidiano, pero los personajes continuaban moviéndose según pautas racionales y utilitarias; a veces, aun más que antes. En esas historias, ironizaba Ballard, “todo el mundo estaba por correr hacia las colinas, por bajar de las colinas si estaba en la cumbre, o pensando en ponerse a reparo si es que iba a hacer frío”.
En cambio, los cataclismos ballardianos “son historias de enormes transformaciones psíquicas (que) por razones personales, los héroes eligen abrazar (…) Yo usé esas mutaciones externas del paisaje para conjugarlas con la mutación psicológica, interior, de los personajes”.