viernes, septiembre 17, 2010

El barco, de Nam Le


Esto es lo único que he hecho en mi vida, traficar con palabras. En ocasiones, sigo pensando en recuentos de palabras de la misma forma en que un general debe de pensar en bajas. Llevaba en Iowa más de un año –los días se convirtieron en semanas, luego en meses, después en un año entero– y no había escrito más que tres relatos y medio. Cerca de diecisiete mil palabras. Cuando trabajaba en el bufete de abogados, escribía esa cantidad en un par de semanas. Y eran útiles para alguien.
Los plazos de entrega llegaban, extenuantes, y yo me obligaba a cumplirlos. Luego, en los largos intervalos de tiempo que había entre ellos, volvía a mi pantalla en blanco y a mi mente progresivamente embotada. Probé de todo: escribir en la cama, en la bañera. A medida que el último plazo de entrega se acercaba, me acordé de un amigo que afirmaba que había superado su bloqueo de escritor pasándose a la máquina de escribir. “Tu escritura se libera –me dijo– cuando sabes que no puedes borrar lo que has escrito”.


[Traducción de Ignacio Gómez Calvo y Marc Viaplana]