Cuando ya estaba oscuro, me han llamado al dispensario del campamento grande. Unos trabajadores forestales habían estado talando árboles en la meseta entre los dos ríos, descalzos como de costumbre, y a uno lo había mordido una víbora. Nunca antes se habían visto víboras cerca de las motosierras, porque el ruido y los humos de las máquinas las hacen huir selva adentro, pero habían mordido al operador en el pie dos veces. El hombre había dejado caer la motosierra y había visto la víbora desaparecer entre la maleza; era una chuchupe. Por lo general, después de la mordedura se produce un paro cardiorrespiratorio en menos de un minuto, y al cabo de siete u ocho minutos sin tratamiento prácticamente no se sabe de nadie que haya sobrevivido. A todo esto, el campamento donde están el médico y el suero contra las picaduras de víboras estaba a veinte minutos de distancia. Según me ha contado uno de los que trabajaban con él, el hombre se ha quedado unos segundos completamente inmóvil, muy concentrado. Luego ha levantado la motosierra del suelo, ha tirado de la cuerda que vuelve a ponerla en funcionamiento, como con los motores fuera de borda, porque se había apagado con la caída, y se ha serrado la pierna por encima del tobillo. Lo he visto, tenía todo el cuerpo gris. Estaba vivo, pensativo y tranquilo. Antes de llevarlo al médico, le habían hecho tres torniquetes: uno debajo de la ingle, otro debajo de la rodilla y otro encima del muñón, y habían reforzado los torniquetes con unos palos. Le habían puesto una especie de musgo calmante en la herida. He dispuesto un vuelo para llevarlo mañana a Lima. De todas maneras, es mejor tenerlo una noche en observación, porque persiste el peligro de que entre en coma.
Werner Herzog, Conquista de lo inútil
Werner Herzog, Conquista de lo inútil