jueves, julio 08, 2010

Synecdoche, New York




Esperaba el estreno de esta película con ansia, pues supone el debut en la dirección del guionista Charlie Kaufman (Cómo ser John Malkovich, Human Nature, El ladrón de orquídeas, Olvídate de mí…), una de las mentes más brillantes y originales del cine contemporáneo. Pasó el tiempo y la olvidé. Luego, Vicente Luis Mora la recomendó en su perfil de Facebook y recordé su existencia. Está claro que es uno de esos filmes que quizá nunca se estrenen en las salas comerciales de España, así que me he descargado una copia aunque, si algún día llegara a los cines, iría a verla sin dudarlo.

Synecdoque, New York es toda una experiencia: supone algo distinto y muy arriesgado y, en verdad, gustará a poca gente. Hay que verla varias veces. Me temo que uno no es capaz de digerir y comprender todo en el primer pase.

El argumento es sencillo: la vida. El protagonista es Caden, un director de teatro (Philip Seymour Hoffman) que empieza a estancarse en el tiempo cuando siente los primeros “avisos de derrota” (expresión de Óscar Sipán) en su cuerpo y es abandonado por su mujer y su hija. Decide entonces preparar una obra teatral que reproduzca su vida diaria y los escenarios de Nueva York, por lo que el decorado es cada vez más grande y los ensayos de la obra suponen repetir cada día lo que a él mismo le ha ocurrido el día anterior. Este propósito lo conecta con una de las novelas de culto de nuestro tiempo, Residuos, de Tom McCarthy, que ya recomendé por aquí. Durante esa “obra en marcha”, el tiempo pasa sin que el director apenas lo advierta: los hijos crecen, las amantes cambian, la gente de alrededor muere, él mismo envejece y engorda… En una escena, una chica le dice a Caden que asuma el abandono de su mujer y su hija; él comenta: “Sólo ha pasado una semana” y ella responde: “Ha pasado un año, Caden”. La vida misma. Como cuando nos encontramos con un viejo amigo y creemos que llevamos un par de meses sin verlo y él confirma que no, que transcurrieron años. Los ensayos teatrales acaban convirtiéndose en un enigma, con actores haciendo de Caden y sus ayudantes, y luego actores interpretando a esos actores, en círculos viciosos que terminan confundiendo a uno.

Creo que se trata de un filme que transmite un mensaje diferente para cada espectador. Caden, como artista completo, quiere hacer la gran obra: la obra que lo aglutine todo, desde la sensación de encaminarnos a la muerte mientras hacemos otros planes hasta los rincones de la ciudad y las actividades de sus ciudadanos. Y quiere hacerlo representando el todo mediante una parte (de ahí lo de “sinécdoque” en el título). Y se da cuenta de que es imposible. Como era imposible que el vagabundo de El secreto de Joe Gould (un libro que me apasiona, escrito por Joseph Mitchell) pudiera reflejar el mundo en su Historia Oral de Nuestro Tiempo, una obra que lo abarcaría todo al escuchar las voces de los habitantes de Nueva York. Y Caden se va haciendo viejo en el intento, y nosotros ya no distinguimos entre los personajes y los seres reales.

Gustará a poca gente porque, como en la mayoría de los guiones de Kaufman, el tiempo se expande y se contrae y se altera y no siempre caben las situaciones lógicas, y porque está construida con metáforas. Las heridas y síntomas del protagonista sólo son la muestra física de su deterioro anímico. Los niños de 4 años escriben libros y se suicidan. Un hombre pasa años siguiendo al protagonista. La casa de una de las mujeres siempre está en llamas. Las cosas suceden en un orden ilógico, como cuando Caden vuelve a casarse y dice esa frase genial que me ha hecho reflexionar sobre los amores pasados y los celos retrospectivos: “No habrá otra antes de ti”.