martes, agosto 25, 2009

Lago

Viernes por la mañana. Últimas horas en Sanabria. Busco mi recodo favorito del Lago. La suerte es propicia: no hay nadie. Ni una sola persona. Ni gañanes dando la lata ni muchachos haciendo la cabra ni familias ensuciando el paraje con desperdicios. Ni cotillas ni mirones. Es lo que estaba esperando. Y se cumple. Alcanzo cierta paz. No corre el viento. Me meto en el agua. He olvidado en Madrid las sandalias cangrejeras, que tanto servicio me hicieron el año pasado. Al meter los pies en el Lago y caminar sobre rocas y piedrecitas, me hago daño. Avanzo con ese ritmo tembloroso y eléctrico que caracteriza a Chiquito de la Calzada. El agua ya no está helada como cuando era un chaval y me llevaban a acampar al camping del Folgoso. Pero sigue estando fría.
En seguida regreso a la toalla. Sigo con el libro de ensayos de David Foster Wallace, que voy paladeando despacio. Leer textos de DFW, que contienen párrafos larguísimos y digresiones y apostillas y notas al pie y notas dentro de esas notas, se lleva mejor en un entorno así. Quizá hace años hubiera cogido una novela de terror o de aventuras para leer en la orilla. Ahora no es así. Las lecturas más difíciles hay que dejarlas para los lugares con poco ruido, tranquilos y pacíficos. Es algo que acabas aprendiendo. La lectura de DFW es fluida aunque no lo parezca. Uno de los ensayos versa sobre el humor de Franz Kafka, del que casualmente he metido un libro en la maleta. En Sanabria leo a Kafka y a Foster Wallace. Me tumbo en la toalla. De vez en cuando levanto la cabeza y miro el entorno. Hay tanta calma que una rana enorme, a sólo un metro o metro y medio, se dedica durante media mañana a hacer maniobras para almorzar. El único ruido que hago es el de pasar páginas y eso no es bastante para asustarla. Alterno la lectura con vistazos al anfibio y su método de caza. En poco rato se zampa tres o cuatro insectos, de esos que caminan sobre el agua (no sé si se llaman arañas acuáticas). Espero que nadie me escriba, después de leer este artículo, para proponerme: “Yo te puedo llevar a sitios donde puedes observar a las ranas”. No es que me interesen tanto. El anfibio aparece y me dedico a contemplar su caza y ahí acaba la historia. Como digo, a ratos vuelvo al libro. Cuando el año pasado, en septiembre, DFW se suicidó, no sabíamos (o al menos yo lo ignoraba, y creo que ese desconocimiento fue general) de sus otros intentos de suicidio. Le escribió a su mujer, antes de ahorcarse, una carta de dos folios. Probablemente nunca la conozcamos, nunca se haga pública, y probablemente sea una obra maestra de la literatura. Basta comprobar su capacidad de análisis de la sociedad, sus observaciones siempre puntillosas y con toques de humor, su manera de meter el bisturí en cada situación, persona o cosa que estudia y convierte en literatura, para sospechar que será una joya. Una joya triste, amarga.
A propósito de esta zona, en un reportaje del diario El País del dos de agosto de este año situaban a Puebla de Sanabria en León. No me lo invento. Mencionaban a una mujer que había estado tres años “como guardia rural en Puebla de Sanabria (León)” (sic) y eso me lleva a preguntarme qué estaban haciendo quienes deberían cotejar los datos y comprobar la veracidad de los mismos. Por si alguien no lo sabía, Sanabria está en la provincia de Zamora. Sigo con la lectura. Entre ranas, libros, insectos, piedras y agua, recuerdo que la noche anterior he bebido sidra sanabresa. Nunca antes la había probado y me gustó. Pese a ser yo mismo quien la escanció en el vaso. Aún así, creo que no lo hice mal del todo. (Dos días después de mi regreso, la Sierra de la Culebra ardió; y lo lamento de veras).