viernes, enero 02, 2009

Días de Navidad en Zamora (1)

La ciudad se abre a mí como un mapa de niebla. Es de noche. Jirones de bruma emboscan la carretera en sus últimos tramos. Concluye un viaje tranquilo. Llegada a casa. Las maletas en el rincón. El gato que se sube al cogote. Ronronea y se restriega para demostrar que los felinos no olvidan. Que su memoria no es frágil. Que no olvida a quienes ha elegido. Una cena rápida, saludos y regalos y corriendo a la calle. Los ciudadanos hablan del frío. Los recién llegados se sorprenden de las heladas. San Torcuato es un canal vacío. Diez y media y apenas hay un alma. Bares. Besos. Abrazos. La Navidad sólo tiene ya el sentido de los reencuentros. Familia y amigos. No hay nada más. Acaso nada más importe. Más bares. Nuevas y viejas canciones en los bafles. Brebajes para combatir el frío zamorano, que “se mete en los huesos”. ¿Qué es de tu vida? Aquí sigo. Se notan las ausencias.
Madrugadas de regreso a casa. El cuerpo entero, aterido. Una temperatura inhumana. Uno no se sorprendería si la gente sacara a pasear pingüinos por el parque. Despertares duros. Leves resacas. Paseos matutinos por Santa Clara. Niños que hacen reír y alegran la mañana. Comidas en familia. Dolores de garganta. Catarros. Medicinas. Anécdotas de otros días, que se van acumulando en el cajón. Frío en la calle. Frío en las casas. Frío en todas partes. Unas pocas horas de lectura. Un poco de poesía, otro tanto de narrativa. Una tarde entera para brindar con cava. Un bar repleto de colegas. Dan las nueve de la noche en el reloj y de pronto se vacían los locales. Deseos para que la cena aproveche. Deseos para que uno lo pase bien. Nochebuena en familia. Una niña encantadora centra la atención. Babero, tenedor y timidez. “Papá”, “mamá” y los ojos muy abiertos al recibir los regalos. ¿Quién necesita televisor con una sonrisa así? Ronda de brindis. Menú delicioso. Postre y de nuevo a la calle. A recorrer los bares. A charlar y a beber, deportes zamoranos. Más gente. Conocidos. Recién llegados. Antiguos compañeros de pupitre. Personas que se acercan a recordarte los nombres de los profesores del colegio. Nadie olvida aquello. Más amigos. Y más familiares. En la ciudad nos encontramos y nos reencontramos todos. Es un cruce de caminos. Caminos que nos llevan a sitios recónditos y nos vuelven a unir aquí: en el pub, en la Plaza Mayor, en Santa Clara, de camino al casco viejo. Cruces para saludarse de nuevo. O para ya no hacerlo. Enemigos, también, sí. Gente que te detesta. Gente a la que has dejado atrás. Pero a la que no debes odiar. Se lo dice Michael Corleone a Vincent Mancini: “Nunca odies a tus enemigos: no te permite juzgarlos”.
Navidad. Un despertar duro. Es tarde para vestirse e ir a comer por ahí. El día de Navidad suele ser algo triste, te domina la abulia. Lecturas breves. Películas en la tele y en el reproductor de dvd. Otra vez “El caballero oscuro” y sus magníficas sentencias: “Algunas personas sólo quieren ver el mundo arder”, “La locura es como la gravedad, ¿sabes? Todo lo que necesita es un empujón”, “O mueres como un héroe o vives lo suficiente para verte convertido en el villano”, “El mundo es cruel. Y la única ética en un mundo cruel es el azar. Imparcial. Limpio. Justo”. Noche de tapeo. Satisfacción por los precios baratos de la ciudad. Cañas, mostos, vinos, raciones, pinchos para siete personas. ¿Qué se debe? “Doce euros”. Gente que va y viene. Gente sometida al capricho de sus jefes, del horario laboral. “No estaré aquí en Nochevieja”. Bares que uno quería para seguir tapeando, pero que han cerrado por descanso. Vuelta a casa y la necesidad de acostarse pronto.