sábado, octubre 25, 2008

Perec y lo cotidiano

Los medios de comunicación se obstinan, salvo casos aislados, en hablarnos de noticias espectaculares, de eventos, de catástrofes, de políticos, de guerra, etcétera. A Georges Perec, aquel asombroso escritor parisino, le aburría la prensa porque sólo hablaba de “lo insólito, lo extraordinario”. En contraposición, él optaba por “lo trivial, lo cotidiano”, lo que vivimos a diario, los detalles diminutos que cambian nuestras vidas. Estos días se publica por primera vez “Lo infraordinario”, suma de varios textos donde Perec llevó a la práctica esas teorías sobre lo pequeño y lo ínfimo. Sobre el ruido de fondo de las ciudades. Es uno de los libros que más tiempo llevaba yo esperando, desde que Enrique Redel anunciara su próxima publicación en Impedimenta. El autor plantea las cuestiones en el primer ensayo del volumen, “¿Acercamientos a qué?”, donde se pregunta “cómo hablar de esas cosas naturales, más bien cómo acorralarlas, cómo hacerlas salir, arrancarlas del caparazón al que permanecen pegadas, cómo darles un sentido, un idioma: que hablen por fin de lo que existe, de lo que somos”.
Perec era, sin duda, un hombre de infinita paciencia. En el segundo texto de este libro, “La Rúe Vilin”, describe la calle de su infancia a lo largo de siete años. Un día al año se planta allí, toma nota de los edificios, de los solares, de las obras, de las tiendas nuevas y de las que han cerrado. Su minuciosidad es casi similar a la del estanquero de “Smoke”, que fotografiaba a diario la misma calle, y a la misma hora. Poco a poco vamos viendo el modo en que un rincón de la ciudad va mutando. En “Doscientas cuarenta y tres postales de colores auténticos” refleja el reverso de las postales que mandan quienes están de vacaciones (suponemos que se trata del propio autor, pero no necesariamente). Cada fragmento compendia, pues, tres o cuatro líneas donde se intenta capturar la esencia del viaje, noticias frescas como las que antaño todos enviábamos, antes de la aparición de internet en nuestras vidas: “Nos hemos venido al Kandahar. Siestas largas a la orilla del lago, partidos de tenis, bridge por las noches. Mil recuerdos”. En “Alrededor de Beauborg” es capaz de describir un barrio de París, la gran París, en apenas cuatro páginas, que incluyen sus ramificaciones con otras zonas de la ciudad. En “El Santo de los Santos” se obstina en contarnos lo que significa el mobiliario de las oficinas de los grandes magnates y de quienes dominan el mundo: les bastaría con un ordenador y un teléfono para dar órdenes, pero introducen muebles y cuadros y objetos que revelen su personalidad. De su paciencia hay otro ejemplo en el libro: el texto “Tentativa de inventario de los alimentos líquidos y sólidos que engullí en el transcurso del año mil novecientos setenta y cuatro”, donde, en efecto, consigna los nombres y las cantidades de cuanto ha comido y bebido. Los lectores de Perec sabemos que le fascinaban las enumeraciones, las listas, los inventarios. Este texto hace un recuento de lo que un hombre es capaz de ingerir en un año, y asusta.
Dejo para el final mis dos piezas favoritas. “Still Life / Style Leaf” consiste en una exhaustiva descripción del escritorio en el que trabaja, colonizado por material de oficina, adornos, souvenirs, reliquias y otros objetos. La pirueta ocurre hacia la mitad, cuando el autor habla del folio apoyado en la mesa y anota lo que hay escrito en ese papel, que no es otra cosa que la misma descripción que acaba de ofrecer, con ligeras variantes. Y “Paseos por Londres” es deslumbrante por su talento para capturar la esencia de esa inolvidable ciudad en unas pocas páginas. Es quizá la mejor descripción que he leído de Londres. La que me devuelve a sus calles.