viernes, agosto 01, 2008

Retrato de Peckinpah

Leyendo el retrato escrito por Garner Simmons de uno de mis directores favoritos, “Sam Peckinpah. Vida salvaje”, advertí que no he visto toda su filmografía. Muchas de sus películas las vi en el cine, entre los setenta y los ochenta, ya fuera en estrenos o en reposiciones. Alguna que otra la recuperé en televisión y, por ejemplo, vi el montaje extendido de “Grupo salvaje” en dvd tras años de tragármela una y otra vez en pantalla grande y en los pases televisivos de antaño, cuando ponían en la tele pública cine del bueno. Pero otras obras no las conseguí en vídeo ni pude verlas en el estreno o en la reposición y no se me ha ocurrido tirar de internet. Así, me faltan por ver “Duelo en la alta sierra”, “Mayor Dundee” o “Los aristócratas del crimen”. Me preguntarán: ¿Cómo puede ser Peckinpah uno de tus favoritos si ni siquiera conoces su filmografía completa? Alguien dijo una vez que bastaba leer la obra más representativa de cada autor para conocer a ese autor, que no hacía falta más. En el caso de Peckinpah, bastaría con haber visto dos o tres largometrajes suyos para elevarlo a los altares: “Grupo salvaje”, “Perros de paja”, “La huida” y “Quiero la cabeza de Alfredo García”, por ejemplo. O sólo “Grupo salvaje”, quizá su obra maestra. No obstante, la biografía de Simmons me ha recordado que debo visionarlas todas, cueste lo que cueste. Empezaré primero por las que están en venta o en alquiler.
En “Vida salvaje” hay unas cuantas anécdotas que muestran la verdadera cara de Peckinpah, quien era a la vez un genio y un tirano. Los entrevistados (actores, guionistas, montadores, músicos, familiares, especialistas, directores) se refieren a él con una mezcla de ira y aprecio. Suelen hablar de él en este plan: “Aquel hijo de puta de Peckinpah me hizo sufrir, pero era uno de los mejores”. Alguien así sólo puede dejar una leyenda a sus espaldas. Cuenta Simmons en el prólogo que le costó horrores conseguir el beneplácito del director para escribir su biografía. Después de conocerse, Simmons empezó a preparar los primeros capítulos. Se los envió a Peckinpah para saber qué le parecían y éste le respondió con una carta en la que le sugería romper todo y dejarlo o volver a empezar, porque estaba alumbrando una visión nada fiel. Peckinpah era como sus personajes, con luces y sombras, loco y salvaje, mitad canalla mitad buen tipo, y no pudo tolerar que se dijeran sólo cosas favorables de él. Le escribió a Simmons: “Te sugiero que te olvides del proyecto, te vayas a pescar, te emborraches en una casa de putas razonablemente cutre y entonces vuelvas y confieses tus pecados a quien quiera escucharte, y sólo entonces te darás cuenta cómo soy yo realmente”. El biógrafo aceptó la sugerencia y volvió a empezar, pero jamás quiso renunciar al trabajo, a su libro, lo cual fue otra de las propuestas del director.
Igual que en otros libros memorables de cine, en el texto se intercalan historias y declaraciones con anécdotas de los rodajes. No son cotilleos, sino cómo se resolvían antes las cosas. Cómo una obra llegaba a ser lo que era gracias a las casualidades, el trabajo duro y las decisiones tomadas por unos y por otros. Aclara unas cuantas dudas sobre la obra del viejo Sam. ¿Recuerdan la escena de “Grupo salvaje” en la que unos niños arrojan un escorpión a un hormiguero? Creí que era una metáfora de la crueldad del hombre y su don para la violencia. Al parecer, la idea la tuvo Emilio Fernández, “El Indio”: “Cuando el grupo salvaje entra en una ciudad así, me recuerda a cuando yo era niño y cogíamos un escorpión y lo tirábamos encima de un hormiguero”. Y Peckinpah convirtió aquello en una de sus secuencias más célebres y feroces.