domingo, junio 22, 2008

El pozo

Algunas mañanas tienes la sensación de no salir jamás del pozo, ¿verdad? Abres los ojos, tratas de incorporarte y no sabes si presentar batalla o volverte a dormir, como al principio de “Pregúntale al polvo”, cuando Arturo Bandini (John Fante) debe escoger entre pagar al casero de la pensión que habita o marcharse: de momento, resuelve dormir otra vez. El pozo es distinto para cada uno. Puede ser lo que te pasa con esa chica que no te mira en el instituto. O con ese tipo que te gustaba y que sólo empieza a saber que existes cuando por fin te despuntan los senos. Puede ser ese muchacho de las barriadas que cada mañana sale de la chabola para ir a vender periódicos. Pero, en la mayoría de los casos, el pozo resulta más tenebroso o más escarpado cuando uno ya es adulto. El ring es el mundo y el boxeador que te utiliza de sparring es la vida. Y no creas que va ser fácil librarte de ella: su intención es machacarte la cara.
El pozo es la situación de ese individuo entre la espada y la pared: debe pagar lo que debe o lo echarán del piso en el que pasa sus noches. O la rutina de esa mujer negra que vimos en un documental yanqui: tiene dos trabajos para mantener a la familia y apenas se tiene en pie por echarle horas y no dormir. Sólo puede echar unas cabezadas en los asientos del bus que la lleva y la trae de casa al trabajo. El pozo significa no sólo lo malo, sino el intento imposible por cambiar las cosas. Ya conoces su funcionamiento: alguien se cae a un pozo e intenta trepar. Cuando lleva mediado un trecho, se resbala y se estampa contra el fondo. Pero vuelve a intentarlo. A veces vislumbra el borde y lo tiene a dos palmos de la mano. Entonces se cae. Es cuando un hombre (o una mujer) joven se enfrenta al quirófano por vez primera y ya ha oído las palabras del cirujano: “La única salida es operar”. Y se somete a la intervención, que tiene éxito, pero meses después siente dolor de nuevo y escucha esa palabra temida: recidiva. Aprende su significado, la busca en los diccionarios: “Reaparición de una enfermedad poco después del periodo de convalecencia”. Ahí lo tienes: creyó que había salido del pozo y volvió a caer. De vuelta al quirófano. Sucede cuando ese individuo, que estaba en rehabilitación y parecía escaparse de sus adicciones al alcohol y a las drogas, recae de repente y sin saber cómo y no hay dios que lo consiga sacar. Es ese pariente que se medica y cae una y otra vez en depresiones e intentos de suicidio. Hasta que logra matarse porque ya no puede luchar contra el pozo y entonces te llaman en la madrugada para anunciar su suicidio. El pozo es lo que vivió Raymond Carver en sus últimos tiempos. Tras años de alcoholismo y dolor, cuando por fin encontró a la mujer (Tess) que le ayudó a alcanzar una nueva vida y a limpiarse, le diagnosticaron un cáncer veloz que lo devoró.
El pozo supone luchar de continuo por un sueño (ni siquiera un sueño: sólo algo de salud y de felicidad) que tocas con los dedos, pero nunca agarras. Se evapora antes de parpadear. El pozo es ese abismo temporal en el que cae un vendedor ambulante. No vende mucho, pero cree que la próxima vez tendrá suerte. Empaqueta sus bártulos, viaja por carretera, se gasta su dinero en el transporte y en la licencia y en la comida y en la cena. Unos días después, ha sacado para una bolsa de pipas. Se ha gastado sus ahorros. Y no sabe cómo seguir adelante. El pozo es lo que le pasa a una madre divorciada que gana lo justo para sobrevivir en trabajos esporádicos. Ha logrado ahorrar algo para arreglarse, por fin, la dentadura que se le caía a trozos. Se gasta cuanto tiene. Pero por fin se ve bien. Soñaba con aquello. Unas semanas después, caminando por la calle, se tropieza y cae y se rompe dos dientes. Historias reales del pozo.