miércoles, octubre 31, 2007

El sueño de Casandra


Fui desganado a ver la nueva película de Woody Allen, ya que tantos palos críticos se había llevado (no le gustó, por ejemplo, a Carlos Boyero, de quien suelo fiarme; pero en mis revistas de cabecera, Fotogramas e Imágenes de Actualidad, tuvo algunas críticas favorables). El caso es que me temía lo peor y me topé con una de las sorpresas más agradables de la cartelera. Muy superior a otros títulos que he visto este mes, como El orfanato, La huella o La primera nevada.
Allen ha logrado hacer una de sus películas más extrañas y personales. Si la hubiera firmado Ken Loach, experto en las clases obreras inglesas, la habrían colmado de premios. Pero de Allen (y sospecho que esta es la razón por la que no ha gustado) siempre nos esperamos grandes frases en boca de personajes muy leídos, de escritores, de dramaturgos, de profesores, de tipos que leen a Proust y ven películas de Bergman. Siempre hay, como mínimo, un personaje que pronuncia frases gloriosas, que es culto e irónico.
En El sueño de Casandra, por contra, se ha fijado en los obreros de Londres. En dos hermanos fracasados y con aspiraciones, de uñas manchadas de grasa y dotados de un estilo vulgar, que interpretan a la perfección Ewan McGregor y Colin Farrell. Al principio su sueño es un barco, "El sueño de Casandra", pero luego sus aspiraciones irán ascendiendo. Hasta desembocar en la tragedia, en el crimen. Y el título juega con eso. El personaje de Farrell probablemente sea la Casandra del título. Casandra tenía visiones proféticas y sueños trágicos, pero estaba maldita y por dicha maldición nadie la creía, y la consideraban loca. Lo mismo que le sucede al personaje de Farrell.
A este retrato de obreros nada cultos (y lo mismo vale para los demás personajes: algunos han prosperado, pero no pueden ocultar sus orígenes humildes o sus ambiciones económicas), incapaces de filosofar sin recurrir a frases manidas (Hemos cruzado una línea. Antes era antes y ahora es ahora), Allen suma unas gotas de Hitchcock y un poco de Dostoievski, y nos ofrece un análisis admirable y poco esperanzador del crimen, el castigo y la culpa.