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Unos cuantos pasajes me han reconfortado porque me sirven para constatar que todos los que nos dedicamos a las letras sufrimos los mismos golpes: la paciencia forzosa (el oficio del artista es el de la paciencia: jamás hay que tener prisa por ver el libro publicado), las manías propias de la reclusión y de este oficio solitario, la autodestrucción y la búsqueda del oxígeno económico. Al final, el diario se lee como una novela trenzada con historias y retratos ajenos.
[Nota: Juan Casamayor, editor de Páginas de Espuma, a quien conozco desde hace años, se merece por esta publicación un aplauso y un tirón de orejas. El aplauso: por publicar el libro raro de un autor con audacia narrativa. El tirón de orejas: porque no se entiende que, tras tanto tiempo en la edición, haya descuidado la labor de los correctores, que han dejado tantas erratas en el texto que resulta inadmisible. Sería de justicia que reeditara de nuevo el libro, en una tirada limpia de errores].