jueves, septiembre 14, 2006

Corazonadas (La Opinión)

Les habrá sucedido con otros objetos que dudaron en comprar, pero yo lo ejemplifico con libros porque me resultan cercanos e imprescindibles. Que cada cual sustituya la palabra libro por la que más le plazca. Una tarde, o una mañana de sábado, sales de compras. Entras en una librería, o en unos grandes almacenes con sección de literatura. Vas buscando un título concreto. Quizá lo hayas apuntado en un papel, junto a otros títulos y autores, por si se te olvida. Mientras repasas los anaqueles, buscando aquello que motivó tu salida, tropiezas con un volumen atractivo. La portada te llama la atención y el apellido del autor te resulta vagamente familiar. Lees el argumento de la contraportada, los méritos del escritor y su bibliografía. Te gusta. Abres el libro por las primeras páginas, absorbes los primeros párrafos. Pero los comienzos siempre son buenos, o deberían serlo, de modo que te saltas unos capítulos y lees otro fragmento, al azar. Te place. Sin embargo… dudas. Es un gasto no incluido en tus propósitos previos a la salida de casa. Es un gasto no programado. Y temes que, al ser un autor y una obra de la que apenas has oído hablar, a la postre sea un fraude o, peor, un libro aburrido. Lo dejas en su estante, pero permanece en tu cabeza. Coges aquello que ibas buscando y, antes de pagar, decides volver al anterior anaquel. Sacas otra vez el libro de marras. Vuelves a hojearlo. Crees que deberías llevártelo. Por si acaso. Porque las corazonadas no deberían ser ignoradas. Te lo pones debajo del brazo. Y vuelves a dudar. Te dices que, en cualquier caso, ya regresarás otro día a por él. Que puede esperar. Mañana, o tal vez pasado, o la próxima semana. Lo abandonas allí, sin saber que quizá no lo vuelvas a ver jamás. Sales de la tienda.
Al día siguiente, o un par de días después, repasas la prensa, las revistas digitales, las bitácoras donde comentan novelas y poemarios, algún que otro foro. Y compruebas que muchos críticos, escritores y aficionados comentan aquel libro que abandonaste: lo tachan de obra de culto, lo alaban, lo califican casi de obra maestra. “Una lectura que nadie debería perderse”, escribe alguien. Para colmo, dicen que jamás será un best-seller, que lo ha editado una editorial pequeña e independiente y que la tirada es corta y corre el peligro de agotarse y no ser reeditado. Sales con urgencia. Vuelves a la librería. Pero, antes de entrar, tienes otra corazonada: el libro ya está agotado. Buscas entre los anaqueles, preguntas al encargado, quizá éste lo consulte en el ordenador. La respuesta siempre es idéntica: “Lo siento, se agotó ayer”. Empiezas una búsqueda desesperada por las librerías de tu ciudad. En tres o cuatro horas has visitado las librerías grandes y las pequeñas, y las de viejo, y los grandes almacenes, incluso has preguntado en esos kioscos en los que también venden algunas novelas. Pero nada. Luego buscas esa obra en internet. Aún está registrada en dos librerías digitales. La pides. La pides a los dos sitios, si estás muy desesperado. Aguardas una semana. Entonces te anuncian, por correo electrónico, que ese título ya no les queda, que incluso lo pidieron a la editorial y allí no quedan ejemplares y creen que no lo van a reeditar. Te maldices. Todos los lectores compulsivos y los cazadores de pequeñas rarezas se lo están leyendo. Menos tú. Y en la biblioteca siempre está prestado.
La búsqueda, delirante y detectivesca, concluye. Pero no la obsesión. Sueñas con toparte con ejemplares en algún cajón de saldos. Algún día. A mí me ocurre con los libros, y con las películas, los cómics, las camisetas, algún antojo. Ese objeto del que dudas, chico, ese es el que debes llevarte.