domingo, noviembre 20, 2005

Distribución (La Opinión)

Una vez a la semana, o así, me acerco hasta alguna que otra librería próxima al edificio en el que vivo. Le echo un vistazo al escaparate, a la mesa de novedades y a algún estante con saldos y libros viejos. Me hace sentirme bien, porque recupero de ese modo el espacio de la librería como tal, entendiendo por esto el local de pocas dimensiones, humilde, acogedor y con un puñado de posibles lectores (casi siempre suelen ser mujeres) merodeando por allí. En esos lugares, además, no existe la fatiga que provoca la gente que va aprisa, ni el agobio del guardia de seguridad que te vigila la espalda y las manos como si fueras un ladrón de bancos equivocado de sitio y no lo que eres: un apasionado lector.
Cuando entro en esa librería, pues, me dedico a escudriñar las novedades, repartiendo mis ojos y mis emociones entre la hilera de títulos y portadas. Y aquí empieza el problema. Uno ve las novedades literarias en las páginas web de las grandes superficies y las grandes cadenas. Les ponen el precio, el día que cada libro salió a la venta, etcétera. Entonces se dirige uno a la librería que le quede más a mano: mejor comprar un libro en un sitio acogedor, casero y cálido que en un almacén con cajeras y guardias. El título que busca no está. Pero es que, aparte de no estar ese título, no hay ninguna novedad. Llegan tarde. Supongo que la culpa es de los distribuidores, que despachan sus pedidos primero a los grandes, y luego se dedican (cuando los grandes están satisfechos) a suministrar a los pequeños. Ese es uno de los grandes problemas. Si uno comprueba en la red que tal o cual libro ya están a la venta y quiere, pongamos por caso, comprar un ejemplar para regalo, y acude al local de su barrio y no lo tienen… Quizá termine yéndose a las grandes superficies a buscarlo, aunque le pese. Pero conseguirá lo que buscaba: tener el libro cuanto antes, listo para el día en que se lo va a obsequiar a alguien.
Tomemos el caso de alguien que, en el día elegido por las editoriales para sus grandes lanzamientos del mes (en muchos casos coinciden: eligen el mismo viernes o el mismo lunes), entra en la librería de su barrio. No encuentra lo que busca. No les han enviado las novedades. Dado que debe comprar otras cosas, termina metiéndose en El Corte Inglés o donde sea. Allí ve las mesas de novedades, repletas. Al final se lleva lo que pretendía. ¿Qué más da? Un libro no cambia, aunque lo compres en un supermercado o en un kiosco. Esos ejemplos son inventados. Lo que me ocurrió a mí fue que salía, en una fecha determinada y anunciada por los medios, un libro que estaba deseando leer. Sufrió un retraso de uno o dos días, y al final lo pedí en una librería cercana. Para no tener que darle siempre mi dinero a los grandes. Más de quince días después ese título aún no ha llegado a la librería madrileña donde lo encargué. Hasta se me pasó el entusiasmo de su lectura. Y tampoco tienen allí la mayoría de novedades que he visto en los escaparates de las cadenas comerciales. ¿Qué ocurre entonces? Que, si uno tiene prisa, termina cediendo a Fnac, o a lo que encuentre. Y, de ese modo, el pez grande se come de nuevo al pez pequeño. Distribuyen con rapidez a los poderosos, a los que ofrecen miles de ejemplares del último Premio Planeta en sus mesas gigantes, a los que ostentan sitio de sobra en sus almacenes y en sus estantes, y dejan a las librerías confortables en la estacada. Es una pena. Especialmente si te urge un título determinado y recién salido de imprenta. Sucede igual con las editoriales modestas: los distribuidores reparten antes, y mejor, los libros de las grandes.