viernes, enero 25, 2008

Cartel y trailer de Get Smart (Agente 86)


No sé si las nuevas generaciones conocen al disparatado Superagente 86, a quien diera vida Don Adams. De niño, a mí me hacía mucha gracia. Para el remake han contado con el gran Steve Carell, y creo que estará a la altura. El trailer: aquí.

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Leo un chat de los lectores de un periódico con Julianne Moore. Un internauta le dice que ella es uno de sus mitos eróticos. También Julianne Moore es uno de los míos. Prefiero a esta clase de mujeres antes que a las recauchutadas del Playboy. ¿Soy raro o soy normal?

Hollywood sórdido

El verano pasado, el actor Owen Wilson se cortó las muñecas e ingirió un montón de pastillas en un intento de suicidio del que poco ha trascendido, salvo el rumor de una posible depresión tras su ruptura con la actriz Kate Hudson. Uno de sus dos hermanos (ambos actores: Luke y Andrew Wilson) lo encontró tirado en la cama. Se recuperó en un hospital de Los Ángeles. Lo que más atrajo a quienes hemos visto sus películas es que, en “Los Tenenbaums”, esa obra maestra de Wes Anderson (el único director que le ha dado buenos papeles a Owen), un personaje interpretado por Luke Wilson quería suicidarse cortándose las venas, por culpa de un desamor. No lo conseguía. Pero la sorpresa iba más allá: Owen había escrito el guión con Anderson, y luego él mismo imitó a la ficción que crearon. Hace poco vi el nuevo y estupendo filme de Anderson, “Viaje a Darjeeling”. Aquí, es el personaje de Owen Wilson quien relata un intento de suicidio. Tras rodar esta película, Owen lo intentó de verdad. Los saltos entre la ficción y la realidad ponen la piel de gallina. Parece como si al tándem Wilson / Anderson le obsesionara el suicidio.
Hollywood está acostumbrado a este tipo de historias sórdidas: asesinatos, sobredosis, suicidios, detenciones policiales, juicios, temporadas en la cárcel. Lo cual no significa que no se sorprenda con algunas noticias, si atañen a actores jóvenes. Owen Wilson va a cumplir cuarenta años y, vale, ya no es tan joven, pero no los aparenta. Y además, seamos francos, sorprende que un actor de comedia sea un tipo triste o con tendencias suicidas: creemos, en nuestra ingenuidad, que quienes hacen reír son personas alegres, y las evidencias demuestran lo contrario. Brad Renfro, de veinticinco años y una biografía surtida de escándalos, arrestos, drogas e ingresos en prisión, murió hace menos de un mes por una sobredosis. La noticia no golpeó tanto. Era lo que califican como un chico malo, rebelde, sin futuro. No estaba involucrado en grandes proyectos, y su momento de gloria (“El cliente”, “Sleepers”, “Verano de corrupción”) queda lejos. En los últimos años eran frecuentes sus detenciones y las fotos de su ficha policial corriendo por la red. Tampoco era muy conocido, no era una estrella. Su muerte, pues, no sorprendió tanto.
Todo lo contrario es lo que ha sucedido con el actor australiano Heath Ledger. Su muerte por ingesta de somníferos y tranquilizantes (a estas alturas prosigue la investigación para aclarar las causas) ha sido un mazazo. Actor joven, presuntamente sano, nominado al Oscar por su papel en “Brokeback Mountain” y metido tanto en producciones indies (“I’m Not There”, esa variante sobre Bob Dylan) como en películas que causarán furor (“El Caballero Oscuro”), con unas cuantas interpretaciones notables a sus espaldas. En los medios de comunicación se ha hablado mucho esta semana de su papel como pastor de ovejas bisexual en “Brokeback Mountain”, aunque en algunos telediarios dijeron “Muere el vaquero gay”, equivocando realidad y ficción y haciéndose un lío con el personaje. Son las servidumbres de la fama que proporciona el Oscar. Porque a Ledger también deberíamos recordarlo por ser lo único salvable de la comedia teen “Diez razones para odiarte” (Joseph Gordon-Levitt aún estaba muy verde), por sus papeles de cobarde en “Monster’s Ball” y “Las cuatro plumas”, o por “El secreto de los hermanos Grimm”. Pero, para mí, su mejor registro está, probablemente, en “Candy”, película dolorosa sobre una pareja enganchada a las drogas, sobre la autodestrucción, ese tema tan presente en Hollywood. Dentro y fuera de la industria.

jueves, enero 24, 2008

Nuevo cartel de I'm Not There


Creo que esta película aún no tiene fecha de estreno en España. Seguimos esperando con ansia.

apuntes autistas, de Alberto Fuguet


Merodeaba por La Central de Madrid, que siempre me depara grandes hallazgos, cuando topé con este libro. Nunca había oído hablar del título, pero sí del autor, pues desde hace unas semanas leo el blog de Alberto Fuguet. Leí dos o tres frases sueltas y me lo compré. He disfrutado mucho de su lectura. Fuguet describe apuntes autistas como un libro de "apuntes, crónicas, escritos, columnas y textos".

Fuguet es uno de esos tipos que tienen las mismas obsesiones que yo (cine, cómic, literatura, viajes, música, tipografía), y por ello me siento cómodo leyéndolo. Como si charlara con un doble, con un amigo. Me siento menos solo y menos raro, menos freak. Mis obsesiones me granjean siempre, entre mis amistades más próximas, comentarios como "Estás loco" o "Eres un freak". Libros como éste me demuestran que no estoy tan solo. Porque Fuguet, que es cinéfilo, escritor, guionista, director de cine y antiguo crítico y cronista, aunque divide el libro en varios temas (viajar / mirar / leer / narrar), mezcla en cada texto su pasión por el cine y la literatura y el viaje, con una sabiduría enciclopédica.

Habla de lo que lee, de lo que devora, de lo que narra, de los viajes, de los cines en los que se mete en ciudades remotas y de las películas que ve en esos cines (menciona los Cines Yelmo Ideal de Madrid, que yo visito 2 veces a la semana), y habla de sus entrevistas o encuentros con algunos grandes (Richard Price, Woody Allen, Paul Schrader), de su amistad con Rodrigo Fresán, de sus antepasados. A Woody Allen, por cierto, le sacó cuál era la tipografía usada en los créditos de sus películas: Windsor EF Light Condensed.

Fuguet ha escrito un libro que une esas pasiones, y a la vez es muy pop, muy bloguero, muy confesional. Y tiene un capítulo absolutamente extraordinario que mezcla un par de artículos (uno de ellos, del año 2005, se puede encontrar en su blog de literatura) y que es un alegato contra los pretendidos escritores serios y el canon y a favor de Ray Loriga, Stephen King, Haruki Murakami, lo cual demuestra su condición de pre-Afterpop, el excelente ensayo de Eloy Fernández Porta.

Casarse porque sí

Estábamos tomando una caña y me contaron una historia. Una historia en desarrollo, de la que espero ávido el final, que aún tardaré unos meses en conocer, me temo. La historia es la que sigue. Una pareja está a punto de casarse. Se trata de una pareja joven y, por lo que me dicen, ella siempre ha aspirado al matrimonio. Quienes la conocen lo apuntan: que, ya en sus tiempos de estudiante, cuando aún no tenía novio, su máxima ambición era casarse. Ahora planean la boda con minuciosidad, cuidando de esos miles de detalles que hay que preparar y que dejan a ambos al borde de la angustia y al borde del agotamiento. Pero resulta que, en algunas conversaciones íntimas con sus mejores amigas, la chica dice, de vez en cuando y como quien no quiere la cosa, que ella debería haber roto con su actual novio y que, a menudo, se lo piensa. Pero sigue adelante. Ultima los preparativos del matrimonio, mientras sus amistades más cercanas no dan crédito a esa contradicción entre preparar una boda y, al mismo tiempo, no estar convencida de amar por completo a ese hombre con el que va a unirse.
Este país está repleto de gente así. Gente que se casa a ciegas, a la desesperada, sin plantearse las consecuencias de lo que hace. Vaya por delante que no soy contrario al matrimonio ni tampoco al divorcio (allá cada cual). Pero sí soy contrario, o al menos me molesta, que haya tantas parejas por ahí que se casen, tengan un hijo y, dos años después, o incluso menos, decidan dejarlo. Gente que se casa a ciegas. Personas que se casan porque sí. Por contentar a la madre de ella. Porque ya va siendo hora y se pasa el arroz. Porque quieren tener un hijo y necesitan el apellido de un padre. Porque mola cantidad eso de ser el centro de atención y recibir regalos y hacer la despedida de soltero y pasarlo en grande durante el convite. Porque en ese momento no había nadie más a mano para subir al altar. Porque, bueno, si la cosa no funciona siempre está el divorcio, que ahora se resuelve de modo muy rápido. Porque, mire usted, lo que quieren es protagonizar una boda. Los viejos valores. Convivencia, matrimonio, estabilidad, familia. Hogar. Sí, eso está muy bien. Pero luego, unos años después, o incluso unos meses después, y a veces unas horas después del enlace (echen un vistazo a las bodas de los famosos de Estados Unidos, que a menudo duran menos de un mes), se despiertan una mañana y advierten con sorpresa y dolor que eso no es lo suyo. Que ese tío, o esa tía, que duerme al lado es un completo desconocido. Que se convive mal con él. Que esto no es tan guay como vivir con papá y mamá. Que no aman a ese hombre o a esa mujer. Se dan cuenta de que se han precipitado. No debieron casarse. Quieren una ruptura. Y el hijo, el chaval que han empezado a criar, se queda a dos velas. Repartiéndose, en el futuro, entre la casa de su padre y la de su madre.
A mí me parece que hay muchas parejas de este pelo. Toman la decisión a la ligera. No afrontan el futuro, sólo piensan en el presente. Hay que casarse. Luego ya veremos si el matrimonio es estable. Si mola. No apareció el príncipe azul (o la princesa) con el que habían soñado desde la infancia y, como digo, se apuntan al convite con el tipo que hay más a mano. Y luego están quienes se casan sin haber convivido antes con el otro. Sí, ya sabemos que lo clásico era perder la virginidad y dormir con el hombre sólo a partir de la noche de bodas, pero no estamos en otro siglo. Los tiempos cambian. Las costumbres, también. Hay personas que se casan sin haber vivido antes con su pareja y, luego, tras la boda, algunas de ellas descubren que es imposible convivir con el extraño que duerme a su lado. Y se arrepienten.

miércoles, enero 23, 2008

Heath Ledger (1979 - 2008)




Acaban de encontrar muerto en su casa al actor Heath Ledger, de 28 años, y juro que estoy conmocionado. Se sospecha que podría ser por una sobredosis de drogas. La muerte de Brad Renfro, hace unos días, no me sorprendió tanto porque su carrera estaba llena de altibajos y era un tipo siempre relacionado con detenciones, drogas y alcohol. En cambio, Ledger parecía un tipo sano y estaba en la cumbre de su carrera. Recordemos sus papeles en Monster's Ball, Las cuatro plumas, Brokeback Mountain, El secreto de los hermanos Grimm y, sobre todo, la que para mí es su mejor interpretación, a pesar de que poca gente ha visto la película: su papel en Candy, una historia sobre drogas basada en la novela de Luke Davies. Ledger tiene a punto de estreno la secuela de Batman Begins, The Dark Knight, y I'm Not There, el largometraje sobre Bob Dylan. En la actualidad, rodaba de nuevo junto a Terry Gilliam el filme The Imaginarium of Doctor Parnassus.

Knocked Up (Lío embarazoso)


Judd Apatow, director de Virgen a los 40 y productor de Superbad, dirige esta comedia sobre embarazos no deseados que en España traicionaron con un título absurdo. Apatow hace su propia versión de Nueve meses, pero sin ñoñería ni sentimentalismo y con mucho más humor y mala leche. Al protagonista, Seth Rogen, ya lo habíamos visto en la piel de uno de los polis chiflados de Superbad. Muy divertida.

La vez

Estamos en una pequeña oficina del Rastro, para renovar una tarjeta que autoriza al usuario a acceder al garaje del barrio. En el barrio está prohibido circular con vehículo si no posees una de estas tarjetas, que controlan el área de prioridad residencial del distrito. Ahora hay cámaras que vigilan las calles, y los conductores sin permiso pueden ser multados. En la oficina no hay sala de espera. Nada más franquear la puerta, hay un par de sillas pegadas a la pared del lado derecho, y al lado una pequeña mesa donde un policía expide documentos. A la izquierda de la sala, otra mesa, grande y provista de un ordenador. Al fondo, dos mesas más. Entre la puerta y el resto de la habitación, pues, apenas hay espacio. Cada vez que entra alguien, espera de pie en los primeros metros de la sala. Las sillas están ocupadas. Y entra un montón de gente a resolver sus dudas o a tramitar multas o a renovar la tarjeta. Así que el resultado es una estampa francamente ridícula: nos apretujamos dentro, una vez franqueada la puerta, en el poco sitio que hay para esperar. No se puede guardar una cola de más de dos personas. Falta espacio. Cada uno espera donde puede. Detrás de mí llega una mujer. Pide la vez. Se la doy. Le digo que soy el último. Me pregunta si me importa que vaya hasta la mesa pequeña a preguntarle algo al policía. “No, pase”.
Mientras ella pregunta, la puerta vuelve a abrirse a mis espaldas. Es una señora mayor. Más mayor que la que la precede en el turno. En cuanto aparece, no sé cómo, lo sé: es la clásica señora que le echa morro y se cuela en el supermercado y en la cola de la pescadería, la que siempre te da un codazo para entrar antes que nadie al autobús, como si le fueran a robar el sitio, la que hará lo imposible con tal de no esperar en la cola y ser la primera en todo. Eso se ve. Se nota. Se adivina. Me dice: “¿Quién es el último?” Y pienso rápido: “Veamos. Si le digo que es la mujer de la mesa pequeña, la señora creerá que en cuanto el policía termine de atenderla, le tocará a ella. Entonces se armará el jaleo propio de estos sitios cuando los demás la acusen de colarse. Y la señora me echará la culpa a mí. De modo que, mejor, le digo que soy el último”. Digo: “Soy yo. Soy el último”. La noto nerviosa al ver la cola. “¿Toda esta cola es para lo mismo?” Y respondo: “Creo que sí”. Empieza a contarme su vida: “Mire, yo es que vengo a quitarle una multa a mi hijo. ¿Estamos todos para lo mismo? ¿O para las multas es otra mesa? Ustedes, ¿para qué están?” Y contesto: “Para renovar la tarjeta”. Pregunta a otras personas. El típico tío que sonríe de medio lado, en plan “Te jodes y esperas, como todos”, le responde: “Sí, estamos todos a lo mismo”.
La primera mujer, una vez resueltas sus dudas, regresa a la cola. A mi lado. Se sienta junto a la señora, porque acaban de dejar libres las sillas. Resulta que se conocen, quizá sean vecinas. La señora vuelve al ataque: “Mira, maja, vengo a quitarle una multa a mi hijo”. Y bla, bla, bla. “Y yo voy detrás de este chico”, dice, señalándome. La otra me mira a mí, esperando confirmación y suelta: “No, detrás de él voy yo. Tú vas detrás de mí. ¿Verdad?” Y yo: “Eh, sí, sí, en realidad va ella”. La señora: “Pues a mí me dio la vez él”. Y la primera: “Bueno, pero yo iba antes”. En los siguientes minutos la señora no para. Pregunta a todo el mundo. Trata de colarse. “Ahora vais vosotros, ¿no?”, nos pregunta. “Menos mal que ya queda poco”. Dice que se le hace tarde, que se va. Pregunta a este y al otro y al de más allá. La típica señora que marea. Que nos tiene fritos. Que en la sala de espera del médico te cuenta la vida de su marido. Pregunta por la vez. No hay manera de hacerla callar. Ya saben cómo les digo.

martes, enero 22, 2008

Carrera hacia los Oscar



Ya anunciaron la lista de nominados. Una lista que, como cinéfilo, me agrada mucho, ya que han reunido un montón de gente a la que admiro: Marjane Satrapi, Glen Hansard, Alberto Iglesias, Dario Marianelli, Coen Brothers, Paul Thomas Anderson, Cate Blanchett, Cassey Affleck, Tom Wilkinson, Julie Christie, George Clooney, Johnny Depp, Viggo Mortensen, Daniel Day-Lewis, Tommy Lee Jones, y, por supuesto, y entre otros, Javier Bardem. Algunas de las películas que más me han gustado últimamente están representadas aquí: Ratatouille, Persépolis, Adiós pequeña, adiós, Once, American Gangster, Expiación, El asesinato de Jesse James, Michael Clayton, Promesas del este..., y sobre todas he escrito en este blog. Pero aún nos falta lo mejor: No es país para viejos (8 nominaciones), There Will Be Blood (8 nominaciones) y esa sorpresa, Juno, del hijo de Ivan Reitman.
Copio las principales categorías (quienes quieran conocer la lista completa, que recurran a IMDb o El País):
MEJOR PELICULA
Expiación
Juno
Michael Clayton
No es país para viejos
Pozos de ambición


MEJOR DIRECTOR
Julian Schnabel por La escafandra y la mariposa
Jason Reitman por Juno
Tony Gilroy por Michael Clayton
Joel Coen & Ethan Coen por No es país para viejos
Paul Thomas Anderson por Pozos de ambición
MEJOR ACTOR
George Clooney por Michael Clayton
Daniel Day Lewis por Pozos de ambición
Jonnhy Depp por Sweeney Todd
Tommy Lee Jones por
En el valle de Elah
Viggo Mortensen por Promesas del Este

MEJOR ACTRIZ
Cate Blanchett por Elisabeth: la edad de oro
Julie Christie por Lejos de ella
Marion Cotillard por La vida en rosa
Laura Linney por The Savages
Ellen Page por Juno

MEJOR ACTOR DE REPARTO
Javier Bardem por No es país para viejos
Casey Affleck por El asesinato de Jesse James
Philip Seymour Hoffman por La guerra de Charlie Wilson
Hal HolBrook por Hacia rutas salvajes
Tom Wilkinson por Michael Clayton
MEJOR ACTRIZ DE REPARTO
Cate Blanchett por I'm Not There
Ruby Dee por American Gangster
Saoirse Ronan por Expiación
Amy Ryan por Adiós pequeña, adiós
Tilda Swinton por Michael Clayton
MEJOR GUIÓN ORIGINAL
Diablo Cody por Juno
Nancy Oliver por Lars and the Real Girl
Tony Gilroy por Michael Clayton
Brad Bird por Ratatouille
Tamara Jenkins por The Savages

MEJOR GUIÓN ADAPTADO
Christopher Hampton por Expiación
Sarah Polley por Lejos de ella
Ronald Harwood La escafandra y la mariposa
Joel Coen & Ethan Coen por No es país para viejos
Paul Thomas Anderson por Pozos de ambición

En mil pedazos, de James Frey



Me despierto con el zumbido del motor de un avión y la sensación de que algo tibio me resbala por la barbilla. Levanto una mano para tocarme la cara. Me faltan los cuatro dientes delanteros, tengo un agujero en la mejilla, la nariz rota y los ojos hinchados, casi cerrados. Los abro, miro a mi alrededor: estoy en la parte trasera de un avión y no hay nadie cerca de mí. Me miro la ropa. Tengo la ropa cubierta de una mezcla abigarrada de saliva, mocos, orina, vómito y sangre. Busco el timbre de llamada con la mano y lo encuentro, lo aprieto y espero y treinta segundos después llega una Azafata.
[Portada y fragmento del libro del que hablo en el artículo de abajo o en link directo: aquí]

5

Hace ya mucho tiempo que camino hacia el norte, entre zarzas quemadas y pájaros de nieve.

Hace ya mucho tiempo que camino hacia el norte, como un viajero gris perdido entre la niebla.

Una verdad cifrada dejé atrás: el humo denso y obsequioso de los brezos y la alegría de mis padres en el anochecer.

En el camino del norte, sin embargo, sólo mendigos locos me acompañan.

Duermo bajo sus capas en las noches de invierno.

Les digo este relato para ahuyentar el miedo.

Julio Llamazares, Memoria de la nieve

Adictivo, explosivo, doloroso

Unos años atrás James Frey sacudió el mundo editorial con su libro “En mil pedazos”, una crónica novelada del tiempo en que intentó curarse de su adicción a las drogas y al alcohol en un centro de tratamiento. Primero presentó el manuscrito como novela, pero las editoriales lo rechazaron. Después dijo que era autobiográfico y lo catalogó de obra de no ficción. Lo aceptaron y fue un éxito rotundo. De ventas y de crítica. Numerosos autores se rindieron a su embrujo y a la violencia y exactitud de su prosa: Alberto Fuguet, Gus Van Sant, Edmundo Paz Soldán, Álvaro Bisama o Bret Easton Ellis son algunos de ellos. Para saber más, sugiero entrar en el estupendo blog de Fuguet, quien hace un par de años escribió en extenso sobre este título. A Frey lo llevó Oprah Winfrey a su show, y luego lo acusaron de faltar a la verdad. Su libro se había vendido a los lectores como autobiográfico y, al parecer, contiene un alto porcentaje de ficción. A consecuencia del escándalo, muchos lectores se sintieron estafados y la editorial devolverá el dinero a quienes compraron el libro y no están conformes. Lo cual, a mi entender, es una solemne estupidez, dado que lo que importa es la prosa de Frey, su talento para emocionarnos y, como diría Fuguet, rompernos en mil pedazos. Si Frey exageró o no, en realidad no es de mi incumbencia, y prefiero incluso que haya exagerado, pues me gustan más las narraciones semi-autobiográficas.
“En mil pedazos” es la confesión del protagonista, James Frey. Comienza asestándonos un golpe de efecto: se despierta en un avión, no sabe de dónde viene ni a dónde va, y tiene la nariz rota y le faltan cuatro dientes y lleva la cara ensangrentada y sufre resaca y múltiples dolores. Su siguiente paso, con ayuda de unos padres en cuya presencia siente furia, será ingresar en el centro. Al principio burla las reglas y se enfurece con celadores y pacientes. Luego, poco a poco, a medida que sufre el síndrome de abstinencia, empieza a mejorar gracias a la amistad, el amor y el contacto familiar. Leamos un pasaje del principio, cuando lo torturan los primeros síntomas de la abstinencia: “Empiezo a llorar. Me corren lágrimas por las mejillas y se me escapan sollozos silenciosos. No sé lo que estoy haciendo ni sé por qué estoy aquí ni sé cómo llegaron las cosas a ponerse tan mal. Intento encontrar respuestas pero no las hay. Estoy demasiado jodido para tener respuestas. Estoy demasiado jodido para todo. Las lágrimas salen con más fuerza y los sollozos se vuelven más sonoros y me acurruco en el suelo de baldosas frías y ya es de día y estoy en algún lugar de Minnesota y no he bebido un solo trago en cinco días y no sé qué coño me está pasando”. Frey, con un estilo directo, llama a las cosas por su nombre. A menudo huye de las comas, y entonces las frases largas remiten a la poesía. Es un autor que me recuerda a la escritura de David González. Frey utiliza una prosa desnuda, sustanciosa, sin florituras ni palabras ambiguas; una prosa sin afeites ni grasa. Sólo hay nervio y dolor y amargura.
Varios pasajes nos hacen un nudo en la garganta: un arreglo dental sin anestesia, los frecuentes vómitos, las peleas, las caídas. El protagonista ha vivido un pasado negro, repleto de delincuencia y abuso de drogas y alcohol. Para purificarse y sobrevivir, debe atravesar el abismo y enfrentarse a sí mismo. No es un libro de autoayuda, pero aliviará a muchas personas. No es una novela, pero se lee como tal. No es un diario, pero refleja la angustia como pocos lo han hecho. Es un libro adictivo, explosivo y doloroso que nos emociona y nos destroza, nos amarga y nos conmueve. Una historia de amor, amistad, superación. Surgida del dolor. Brutal y necesaria.

lunes, enero 21, 2008

Próximamente: Planet 51


Primer cartel de Planet 51, proyecto en marcha del que hablo en el artículo de abajo. O en link directo: aquí.

Cartel de Shine A Light


James Frey


El Joven acudió al Viejo en busca de consejo.
Algo se me ha roto, Viejo.
¿Es grave?
Se ha roto en mil pedazos.
Me temo que no puedo ayudarte.
¿Por qué?
No hay nada que hacer
¿Por qué?
No se puede arreglar.
¿Por qué?
Porque es irreparable. Se ha roto en mil pedazos.

James Frey, extraído de su libro En mil pedazos

Animación 3D

Presten atención porque, aunque su estreno está previsto para el próximo año, voy a hablarles sobre la que será la película más cara del cine español. Un proyecto con varios años de antigüedad. Sus responsables buscaron el presupuesto fuera de España porque aquí nadie se arriesga. Salvo el grupo de empresas creadas por la familia Pérez Dolset y su accionariado, que aportó parte de la pasta, y la editorial Planeta, tuvieron que llamar a las puertas de los despachos de EE. UU. En España somos así.
La película de la que hablo es de animación 3D. Antes se titulaba “Planet One” y, en estos momentos, se conoce como “Planet 51”. La primera vez que le oí a alguien hablar de este proyecto fue a uno de mis primos, José Manuel García. Él es jefe de proyecto de las últimas partes de ese gran videojuego, “Commandos”, de la empresa Pyro Studios. Recuerdo mi visita a Pyro: una planta de oficinas cuyas mesas estaban llenas de gente muy joven y muy creativa. Gente que trabaja mucho. Sé de épocas en las que mi primo ha llegado a vivir en la oficina: además de comer allí, cenaba e incluso pasaba noches y fines de semana. Ostenta su propio récord: cuarenta y tres horas seguidas trabajando sin dormir. Pero incluso una temporada en el infierno tiene su recompensa. Y una de las recompensas es el triunfo y la popularidad de Pyro y sus proyectos, caso de “Commandos” o “Imperial Glory”. Los chicos de Pyro saben que el mercado de los videojuegos no se puede limitar a Madrid y al pueblo de al lado, y por eso desarrollan parámetros con vistas a las ventas en el extranjero: títulos en inglés, equipo de doblaje de primera fila, argumentos y ambientaciones universales.
Un día, hace años, mi primo me reveló un secreto: Jorge Blanco e Ignacio Pérez Dolset, creadores de “Commandos”, estaban metidos en el proyecto de un filme de animación. El primer paso fue crear un estudio: Ilion Animation Studios. Blanco dirige. Pérez Dolset produce. El guionista de la película es Joe Stillman, el mismo tipo que escribió “Shrek” y su primera secuela y varios episodios de “Beavis y Butt-Head”; un autor de pluma ácida. Mi primo, entre otras cosas, iba a encargarse (está metido ya en ello) del videojuego de la película en sus distintas plataformas. El presupuesto ha alcanzado los sesenta millones de euros. De los derechos de distribución internacional se encarga New Line Cinema, que creó “El Señor de los Anillos”. Pero vayamos con la película. Trata de una invasión alienígena. Pero es una invasión al revés, y en clave de comedia. A un planeta de seres verdes llega un hombre, y la visita del humano hará temblar a sus habitantes. Son los extraterrestres quienes creen ser invadidos por un ser blanco de otro planeta, la Tierra. El año pasado, cenando en la casa de mi primo en Madrid, me dijo que me iba a revelar otro secreto. Metió la mano en un cajón y sacó de él una joya que poca gente ha podido ver. Se trataba de un libro voluminoso, de páginas grandes y papel de calidad, en el que constaban todos los pormenores del proyecto de “Planet 51”. Fotos, esbozos, ideas, anotaciones, diseños de personajes, escenarios. Aluciné. El proyecto está calculado hasta en el más ínfimo detalle. Han inventado un planeta verde similar al nuestro, pero en marciano, por así decirlo: restaurantes, casas y edificios, calles, vestimentas, productos de uso común, gorros, muebles y objetos… Era un secreto, entonces, porque ese libro era el que utilizaban para llamar a los estudios norteamericanos, muy hábiles en plagiar proyectos. Hoy ya se pueden ver por internet algunas fotos. Si sienten curiosidad, pongan en Google el título. “Planet 51” se estrenará el año que viene y será un bombazo.

domingo, enero 20, 2008

Portadas exquisitas

Segundo cartel de Midnight Meat Train


Basada en el relato de Clive Barker, que recoge en uno de los Libros de sangre.

Tranquilidad aparente

Desde que empezó el año, noto tranquilidad en el barrio en el que vivo, o al menos en las zonas por las que acostumbro a moverme. No he vuelto a ver peleas ni demás altercados. Excepto una tarde, en la que un alcohólico de pelo blanco amenazaba a otro con matarlo. El aludido estaba sentado en un banco y, a pesar de la violencia de palabra de su antagonista, no se despeinó. Como si el otro fuera un pájaro cantando en una rama, y no un hombre salpicándolo de saliva y amenazas. Algunas noches, los africanos que se reúnen bajo mi ventana o en la esquina, apoltronados a veces junto a la salida infecta de la alcantarilla o junto al contenedor de basuras, inmunes al hedor, se ponen a cantar. En realidad, no cantan todos. Sólo lo hace uno. Y tampoco me atrevería a llamarlos cánticos, sino berridos tribales. Cuando berrea, alguna vecina le grita desde el balcón que se calle. Porque suele hacerlo por la noche, en el momento en que la gente se va a la cama.
La razón para esta serenidad aparente obedece a la presencia policial en las calles. Un sábado por la noche nuestra plaza parecía la Plaza del Dos de Mayo: había cuatro o cinco coches de policía allí aparcados. Lo cual ahuyenta a los alcohólicos, a los vagabundos, a quienes buscan pendencia, a quienes a veces hacen botellón y a los camellos. Pero la presencia de policías a pie, o en sus coches o en motos o en furgones, es constante desde comienzos del año. Patrullan a diario. O, simplemente, aparcan en la plaza, junto al parque infantil, y charlan entre ellos para matar el tiempo. Otra noche estaban abroncando a los negros que suelen berrear bajo la ventana. Mientras un agente les soltaba un discurso, otro sujetaba a un perro para que oliese y rastrease los bajos de los vehículos aparcados en la acera donde se sientan. Buscando droga. Pero dudo que ellos trapicheen. Se parecen a los pandilleros que salen en algunas películas americanas. Tipos que, simplemente, están de pie o sentados en un rincón, en la calle, calentándose las manos en un bidón de aceite o soplando de una botella que comparten. Van a lo suyo. Excepto por uno, ya digo, que, aparte de berrear, a veces se vuelve loco y pega patadas a los coches y arma un escándalo.
Días, pues, de serenidad. Aparente, por supuesto. No significa que las cosas hayan cambiado. Sólo significa que, mientras la policía ronde por allí, los altercados y la delincuencia se suavizarán, pero no dejarán de existir. Yo creo que esta presencia policial obedece a dos razones. La primera es que los vecinos habrán empezado a denunciar a la gente que les impide dormir, que se pega en la calle o que vende droga. Cuantas más denuncias, más caso hacen a uno, supongo. La segunda es más evidente, pero no me había dado cuenta y tuvo que señalármelo alguien: hay policías porque se acerca la fecha de las elecciones. Y ya sabemos que, en las semanas previas a las elecciones, la vida cobra otro color. Es el envoltorio de caramelo con el que los políticos quieren cubrirnos, para que veamos otra realidad distinta. Arreglan las calles, solucionan algunos problemas, visitan los barrios y les dan la mano a los vecinos y simulan escuchar sus quejas, juran entregarnos la tierra prometida, tienden velos de color ante nuestros ojos y tratan de convencernos de la proximidad de los cambios. Pero todo eso pasará cuando terminen las elecciones. La policía dejará de controlar el barrio. Porque las promesas políticas tienen una fecha de caducidad. Caducan al día siguiente de haber depositado nuestro voto en la urna.