sábado, marzo 14, 2020

El último deber, de Darryl Ponicsán



Ve a Billy dormido en uno de los sofás rojos de piel sintética. Viste uniforme azul de paseo, lo que significa que pasó la noche en la playa [la ciudad], lo que a su vez puede significar cualquier cosa, aunque en el caso de Billy seguramente no signifique nada. Tres galones rojos cortan diagonalmente su antebrazo. Tres pasadores de cuatro años cada uno. Y ya va a por el cuarto. Su brazo cuelga sobre el apoyabrazos y alcanza a tocar el suelo con las puntas de los dedos, no lejos de donde descansa su gorro blanco de marinero. Junto a este hay una maltratada copia en rústica de El Extranjero de Albert Camus, y al lado una botella vertical, casi vacía, de vino Ripple. Sus ronquidos son jadeos anhelosos y entrecortados.

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-Ed ya no trabaja aquí; déjame ver tu identificación, hijo –dice el barman.
-¿A qué viene eso? –pregunta Billy.
-A que este chico no tiene los veintiuno –responde el barman, inclinando la cabeza hacia Larry.
-Mire, amigo –dice Billy–, este hombre acaba de regresar de las costas de Vietnam, donde se ha chupado nueve meses volándole el culo al Viet Cong para que usted pueda abrir su bar tranquilamente aquí, en la capital del mundo libre: ¡igual que nosotros! ¿Es que no tiene derecho a tomarse una birra, igual que nosotros?
-No, mire usted amigo –replica el camarero–. La ley dice que debo servirle a él –señalando a Mule–, y en cambio dice que no puedo servirle a él –señalando a Meadows–. Deduzca usted.
Mule interviene "por alusiones":
-Señor ciudadano barman, le diré lo que puede hacer con sus cervezas: métaselas por el culo y empuje todo lo que pueda, tal vez así sea capaz de pedorrear America, the Beautiful sin desafinar, hijoputa.

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-Solo hay una persona con la que puedes contar: tú mismo. Y si llegas a un punto en que no puedes contar contigo mismo, entonces ha llegado la hora de abatir tus banderines.

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Se levanta para irse, pero Billy toca su brazo con las puntas de tres dedos y ella vuelve a sentarse.
-¿Qué quieres? –pregunta.
-Charlotte, no tenemos sitio donde caer esta noche. ¿Podríamos quedarnos en tu apartamento?
-No lo creo.
-Tendremos que ir a uno de esos cines X de la calle 42 a pasar la noche.
-Con el resto de inadaptados. Podría ser una reunión maravillosa para ti.
-Ojalá no odiases a la gente por razones equivocadas.
-No te odio.
-Pues danos cobijo.
-Os daré dinero para las películas.
-Maldita sea, Charlotte, necesitamos una ducha. Llevamos todo el condenado día dando tumbos.
-Te reenganchaste para eso.
-Eso no significa que deba morir de B. O. [body odor: olor corporal]

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-¡Eh, cariño! –dice Billy a la chica medio austriaca–. Verás, nena, cuando alguien le llama a un tipo "negro" o "polaco" se dice que es una conducta antiamericana, ¿tú sabes, puesto que eres medio austriaca, si algo puede considerarse antimedioasutriaco?
-Date friegas de alcohol, marinero, tienes fiebre.
-Solo trataba de ser amable –dice Billy.
-Tu amabilidad no me dará de comer mañana. ¿Vamos a una habitación?
-Ya ves, Mule –dice Billy–, a esto es a lo que hemos llegado. Las cubiertas de mis libros estaban llenas de mierda. Todo el mundo prefiere ir a una habitación a ser un buen americano.
-Tacaño –le espeta la prostituta.
-Si te portas como una buena chica, te daré un morreo gratis cuando nos vayamos.
-Ya, y apuesto a que también una gingivitis. Puedo parecer una ballena, chicos, pero no soy ningún besugo. Guarda tus besos para tu novia y dame efectivo. Estoy reservando mi boca para el hombre con el que me case.


[Editorial Berenice. Traducción de Óscar Mariscal]