viernes, febrero 09, 2018

La hija de la amante, de A. M. Homes


A. M. Homes, una de las autoras más interesantes de la narrativa norteamericana contemporánea, reconstruyó en este libro de no ficción la búsqueda de sus padres biológicos y la relación con sus padres adoptivos. Cuando tenía 31 años, y tras toda una vida sin saber nada de sus progenitores, la madre biológica de la autora quiso ponerse en contacto con ella. Homes divide la narración en dos partes: en la primera contacta con esos padres, pero acaba huyendo de ellos, apartándose de las peticiones de su madre de verse y detestando un poco a su padre; en la segunda, años después de haber muerto su madre biológica, se decide a abrir las cajas que contienen sus efectos personales, y a partir de ahí se obsesiona por rescatar ese relato que la protagonista (su madre) ya no puede contarle, y trata de reconstruir mediante documentos y cartas y archivos todo aquello que quiso saber pero nunca preguntó cuando tuvo la oportunidad.

Es un libro breve, pero que conduce a la reflexión sobre quiénes somos en realidad y qué es aquello que nos dota de identidad. Me gusta mucho el libro de Homes: indaga en esos ámbitos que no se ven a menudo en la literatura. Unos fragmentos:   

Tras pasar toda una vida en un programa de protección de testigos virtual, me han encontrado. Me levanto sabiendo algo de mí misma: soy la hija de la amante. Mi madre biológica era joven y soltera, mi padre mayor que ella y casado, con una familia propia. Cuando nací, en diciembre de 1961, un abogado llamó a mis padres adoptivos y les dijo:
-Su paquete ha llegado y está envuelto en cintas rosas.

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Crecí convencida de que todas las familias eran mejores que la mía. Crecí observando sobrecogida a las demás familias, capaz a duras penas de soportar las sensaciones, el placer casi pornográfico de presenciar intimidades tan nimias. Me mantenía al margen, sabiendo que por mucho que te incluyan –te inviten a comer, te lleven de viaje con ellos– nunca eres la titular, eres siempre la "amiga", la primera a la que dejan atrás.

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Estoy sentada sola en el cine, claramente consciente de que no quiero pasar el resto de mi vida sola, asustada de pensar que nunca conseguiré construirme una vida, de que estoy demasiado rota para establecer vínculos con otra persona.

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Las imágenes son momentos congelados de la relación familiar, son documentos sacados para servir de prueba y recuerdo cuando ya no queda nadie que pueda contar la historia.

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Pienso que es realmente interesante y extraño que una mujer, cuando se casa, tradicionalmente pierda su nombre, absorbida por el apellido del marido: en efecto, se pierde, se evapora de todos los registros donde aparece su nombre de soltera. A la postre comprendo la ira del feminismo: la idea de que como mujer eres una propiedad que tu padre transmite a tu marido, pero nunca eres un individuo con una existencia independiente. Y la otra cara de la moneda es que es uno de los pocos medios legítimos de desaparecer: nadie lo cuestiona.

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Ahora veo que soy un producto de cada uno de mis relatos de familia: de algunos más que de otros. Pero al final los cuatro son hebras que se retuercen y restriegan entre sí y cuya fusión y fricción se combinan para hacerme ser quien soy y lo que soy. Y no sólo soy producto de esos cuatro relatos: también me influyó otro; la historia de cómo se siente el adoptado, el elegido, el extraño introducido en casa.


[Anagrama. Traducción de Jaime Zulaika]