miércoles, julio 26, 2017

El trabajo cultural, de Luciano Bianciardi


Estábamos orgullosos: teníamos que quedarnos aquí, trabajar, producir. A nadie se le pasaba por la cabeza la idea de marcharse, en un futuro, a Roma o Milán. Una ciudad bonita, Roma, sin duda, y repleta de promesas fáciles: las exposiciones, el teatro, Cinecittà, los conciertos, los salones literarios, las revistas, los cafés y un montón de artistas (todos llegados, bien pensado, de la provincia): escritores, directores, pintores; en fin, intelectuales. Pero ¿qué habían hecho allí, qué estaban haciendo?
Una ciudad parasitaria, eso era Roma, y no sólo por los ministerios. Absorbía la provincia para vivir de unas rentas espléndidas. Uno de nosotros, por turnos, iba una vez a la semana, y al volver nos informaba de las novedades, los premios literarios, los libros que se iban a publicar, las nuevas compañías de teatro, las suculentas maldades que se oían en los cafés, los cotilleos del momento.

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Al acabar la guerra habían cambiado muchas cosas, también en nuestra ciudad, pero la película de la tarde seguía ahí, porque las tardes eran, como siempre, lentas y larguísimas. Sólo que ahora habíamos crecido, nos habíamos espabilado, no se nos escapaba lo que podía significar el cine en nuestra provincia abierta, es decir, capaz de acoger sin miramientos estúpidos y retrógrados esa nueva forma de arte. No en vano, nuestra ciudad, a tres horas escasas de la capital, estaba bien surtida de novedades cinematográficas.

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En Italia, la crisis se complica por el hecho de que muchísimas personas escriben y poquísimas leen. Cada años, diez mil italianos envían a imprenta sus obras, y si consideramos que sólo se imprime un libro de cada cien manuscritos que llegan a la mesa de un editor, comprobamos que en Italia tenemos un número altísimo de escritores, entre publicados e inéditos: aproximadamente un millón, si no más. Quizá haya el mismo número de escritores que de analfabetos, y hasta es posible que pudiera resolverse el problema del analfabetismo obligando a cada autor a enseñar a leer a un analfabeto, utilizando su libro inédito a modo de silabario.


[Errata Naturae. Traducción de Miguel Ros González]