martes, abril 11, 2017

Voces de Chernóbil, de Svetlana Alexiévich


Este libro no trata sobre Chernóbil, sino sobre el mundo de Chernóbil. Sobre el suceso mismo se han escrito ya miles de páginas y se han sacado centenares de miles de metros de película. Yo, en cambio, me dedico a lo que he denominado la historia omitida, las huellas imperceptibles de nuestro paso por la tierra y por el tiempo. Escribo y recojo la cotidianidad de los sentimientos, los pensamientos y las palabras. Intento captar la vida cotidiana del alma. La vida de lo ordinario en unas gentes corrientes. Aquí, en cambio, todo es extraordinario: tanto las inhabituales circunstancias como la gente, tal como les han obligado las circunstancias, elevándolos a una nueva condición al colonizar este nuevo espacio. Chernóbil para ellos no era una metáfora ni un símbolo, era su casa. Cuántas veces el arte ha ensayado el Apocalipsis, ha probado las más diversas versiones tecnológicas del final del mundo, pero ahora sabemos positivamente que la vida es incomparablemente mucho más fantástica.
Un año después de la catástrofe, alguien me preguntó: "Todos escriben. Y usted que vive aquí, en cambio no lo hace. ¿Por qué?". Yo no sabía cómo escribir sobre esto, con qué herramientas, desde dónde enfocarlo. Si antes, cuando escribía mis libros, me fijaba en los sufrimientos de los demás, a partir de entonces mi vida y yo se convirtieron en parte del suceso. Se fundieron en una sola cosa y no había manera de mantener una distancia.
[Svetlana Alexiévich, autora]

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Pero he viajado a la zona de Chernóbil. Ya había estado muchas veces. Y allí he comprendido que me veo impotente. Que no comprendo. Y me estoy destruyendo con esta incapacidad de comprender. Porque no reconozco este mundo, un mundo en el que todo ha cambiado. Hasta el mal es distinto. El pasado ya no me protege. No me tranquiliza. Ya no hay respuestas en el pasado. Antes siempre las había, pero hoy no las hay. A mí me destruye el futuro, no el pasado.
[Piotr S., psicólogo]

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Nubes de polvo. Tractores en el campo. Mujeres con las horcas. El dosímetro que zumba.
No hay gente y el tiempo se mueve de otro modo. El día es largo, inacabable, como en la infancia.
Prohibido quemar hojas. Las enterraban.
No se puede sufrir así, tan sin sentido. [Llora] Sin palabras hermosas conocidas. Ni siquiera sin la medalla que le dieron. Allí está, en casa. Nos la dejó a nosotros.
Pero hay una única cosa que sé, y es que ya nunca más seré feliz.
[Nina Prójorovna Kovaliova, esposa de un liquidador]

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Decían que era Chernóbil; escribían que era por Chernóbil. Pero nadie sabía qué era aquello. Ahora aquí todo es diferente: nacemos de otro modo y morimos de otra manera. Diferente a todos los demás. Usted me preguntará, ¿cómo se muere después de Chernóbil? Un hombre al que amaba, al que quería de una manera que no habría podido ser mayor si lo hubiera parido yo misma, y este hombre se convertía ante mis ojos en… en un monstruo.
Le extirparon los ganglios, y como ya no los tenía, se trastocó toda la circulación; hasta la nariz se le movió, creció al triple de su tamaño; los ojos parecían otros, se le desplazaron a los lados, apareció en ellos un brillo desconocido y una expresión como si no fuera él, sino otro el que mirara desde allí. Luego un ojo se le cerró por completo.
[Valentina Timoféyevna Ananasévich, esposa de un liquidador]


[Debate. Traducción de Ricardo San Vicente]