Hace 19 horas
sábado, abril 29, 2017
jueves, abril 27, 2017
Alfa, Bravo, Charlie, Delta, de Stephanie Vaughn
Al anochecer, mi padre se sentaba en una butaca verde y fumaba cigarrillos, bebía whisky y leía libros, el mismo tipo de libros año tras año. Libros sobre los esquimales y las expediciones al ártico, temas que le interesaban desde que lo destinaron a Groenlandia. A veces, cuando llegaba tarde a casa y entraba en la cocina para picar algo, lo observaba desde la puerta. Con frecuencia lo veía levantar la vista del libro y dirigirla hacia la ventana. Encendía una cerilla y la dejaba arder hasta el pulgar y la yema del índice, para luego apagarla con una sacudida. Levantaba el vaso, pero no bebía. Creo que en aquellos momentos debía imaginarse a sí mismo como un guerrero, rastreando las huellas de una foca o un oso en el hielo polar.
[Del relato "Alfa, Bravo, Charlie, Delta"]
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A veces Sam y yo nos queríamos más cuando nos enfadábamos.
(…)
Me agaché para tocarlo y se estremeció. Me impactó sentir el temblor de su cuerpo, comprobar su vulnerabilidad. Y por primera vez desde que salimos de California traté de imaginarme lo que debía de ser viajar con una mujer que asegura no quererte, en una furgoneta que detestas, pero que has tenido que comprar para cruzar el continente con el objetivo de conseguir un trabajo, sabiendo que todo ese esfuerzo quizás no valga la pena.
[Del relato "Halagos"]
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Y cuando se dio cuenta de que, para mí, las palabras eran tan fugaces como los copos de nieve, recurrió a su profunda voz de policía, una voz perfecta para la televisión, y dijo:
-Hemos tenido noches mejores, ¿verdad?
"Hemos tenido", dijo. El agente Cook me había abrazado con el plural del verbo.
Fue entonces cuando descubrí que amaba al agente Cook.
[Del relato "La televisión nos lanza al universo"]
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En un cuaderno de espiral he hecho una lista ordenada de todas las decisiones que pronto tendremos que tomar respecto a las sesiones de quimioterapia de mi madre. ¿Dónde las recibirá: en California, conmigo, o en Ohio, cerca de Ruda y otros familiares? ¿Deberíamos contratar a una enfermera? ¿Deberíamos buscar a alguien que se encargue de las tareas domésticas? Mi madre desconoce la existencia del cuaderno y se mueve por la casa abstraída, tropezando con los muebles.
[Del relato "Mi madre exhala luz"]
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Tío Roofer era diabético y bebía bourbon.
Tío Roofer era alcohólico y tomaba litio a la hora de comer.
Un día, tío Roofer, el bourbon y el litio se subieron juntos al coche para ir a Cleveland a ver un partido de los Browns. Y en el camino de vuelta un muro de hormigón les salió al encuentro.
[Del relato "La batalla de los Árboles Caídos"]
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Después de colgar, Marguerite se pregunta a sí misma:
-¿Y cómo te ha ido el día, Marguerite? Bueno –le dice a la ventana–, al gato le ha dado por subirse a las cortinas y ha dejado un rastro de hilos enmarañados desde el suelo hasta el techo. Eso ya me ha puesto nerviosa. Luego, mientras quitaba la nieve de la entrada, se ha soltado el asa de la pala que compré de oferta en Kmart. Después hemos tenido el problema de la Kalculadora Karacola, el desastre de la cocina y el supuesto dedo amputado, sangre incluida. Si tuviera a alguien a quien contarle todo esto, creo que podría convertirlo en una colección de entretenidas anécdotas.
[Del relato "Un ángel en la nieve"]
[Sajalín Editores. Traducción de Ana Crespo]
miércoles, abril 26, 2017
martes, abril 25, 2017
La rueda celeste, de Ursula K. Le Guin
No había nada capaz de impedir soñar a un ser humano, le había dicho. Sólo la muerte.
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-Estamos en el mundo, no en su contra. No funciona intentar situarse al margen de las cosas y empujarlas en una u otra dirección. No funciona, va en contra de la vida. Existe un modo, pero hay que seguirlo. El mundo es, no importa cómo pensemos que debería ser. Tienes que estar con él, tienes que dejarlo en paz.
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Orr caminó sin un objetivo, tomando una calle y luego otra. Estaba exhausto, así que a veces sintió la tentación de tumbarse en el pavimento a descansar un poco, pese a lo cual seguía adelante. Se acercaba ya a la zona comercial, más próxima al río. La ciudad, medio destruida y medio transformada, era un revoltijo de planes ostentosos y recuerdos incompletos, atestada como un manicomio; había incendios y demencias de casa en casa. No obstante, la gente seguía como siempre metida en sus cosas: había dos hombres saqueando una joyería, y cruzando por su lado vio a una mujer con un bebé en brazos, colorado de tanto llorar, que caminaba a paso vivo hacia su casa.
Dondequiera que estuviese.
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Hay un pájaro en un poema de T. S. Eliot que dice que la humanidad no puede soportar mucha realidad; pero el pájaro se equivoca. Un hombre puede soportar el peso entero de un universo durante ochenta años. Es la irrealidad lo que no soporta.
[Minotauro. Traducción de Miguel Antón]
viernes, abril 21, 2017
Manual para mujeres de la limpieza, de Lucia Berlin
En mis ojos había pánico. Me miré a los ojos y volví a mirarme las manos. Horrendas manchas de la edad, dos cicatrices. Manos nada indias, manos nerviosas, desamparadas. Vi hijos y hombres y jardines en mis manos.
[Del relato "Lavandería Ángel"]
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En cuanto me pongo a trabajar, antes de nada compruebo dónde están los relojes, los anillos, los bolsos de fiesta de lamé dorado. Luego, cuando vienen con las prisas, jadeando sofocadas, contesto tranquilamente: "Debajo de su almohada, detrás del inodoro verde sauce". Creo que lo único que robo, de hecho, son somníferos. Los guardo para un día de lluvia.
[Del relato "Manual para mujeres de la limpieza"]
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El autobús se retrasa. Los coches pasan de largo. La gente rica que va en coche nunca mira a la gente de la calle, para nada. Los pobres siempre lo hacen… De hecho, a veces parece que simplemente vayan en coche dando vueltas, mirando a la gente de la calle. Yo lo he hecho. La gente pobre está acostumbrada a esperar. La Seguridad Social, la cola del paro, lavanderías, cabinas telefónicas, salas de urgencias, cárceles, etcétera.
[Del relato "Manual para mujeres de la limpieza"]
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La mayoría de los escritores utilizan accesorios y decorados de su propia vida.
[Del relato "Punto de vista"]
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Y las lavanderías. Aunque para mí ya suponían un problema incluso cuando era joven. Una espera demasiado larga, incluso con las rápidas Speed Queens. La vida te pasa por delante de los ojos mientras estás ahí, hundiéndote sin remedio. Claro, si tuviera coche, podría ir a la enfermería o a la oficina de correos, y luego volver para meter la ropa en la secadora.
[Del relato "Carpe Diem"]
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Cuando le resultaba demasiado difícil contarle a alguien cómo se sentía, enseñaba un poema.
[Del relato "Bonetes azules"]
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Ella guardó silencio, pero pude ver que la muerte empezaba a ablandarla. La muerte cura, nos dice que perdonemos, nos recuerda que no queremos morir solos.
[Del relato "Luto"]
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¿Será que estoy enfadada porque Sally se está muriendo, y por eso me enfado con todo un país? Ahora se ha roto el váter. Han de levantar todo el suelo.
Echo de menos la luna. Echo de menos la soledad.
En México siempre hay alguien contigo. Si te vas a tu cuarto a leer, alguien se dará cuenta de que estás sola e irá a hacerte compañía. Sally nunca está sola. Por la noche me quedo con ella hasta cerciorarme de que se ha dormido.
No hay ninguna guía para la muerte. Nadie para decirte qué hacer, qué es lo que te espera.
[Del relato "Panteón de Dolores]
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El tiempo se detiene cuando alguien muere. Por supuesto se detiene para ellos, quizá, pero para los que sufren la pérdida el tiempo se desquicia. La muerte llega demasiado pronto. Olvida las mareas, los días que se alargan y se acortan, la luna. Hace trizas el calendario. No estás en tu escritorio o en el metro o preparando la cena para los niños. Estás leyendo People en la sala de espera de un quirófano, o temblando en un balcón mientras fumas toda la noche. Miras al vacío, sentada en el cuarto de tu infancia con el globo terráqueo sobre la mesa. Persia, el Congo Belga. El problema es que cuando vuelves a la vida normal, todas las rutinas, las marcas del día a día parecen mentiras sin sentido. Todo es sospechoso, una trampa para adormecernos, para volver a arroparnos en la plácida inexorabilidad del tiempo.
[Del relato "Espera un momento"]
[Alfaguara. Traducción de Eugenia Vázquez Nacarino]
jueves, abril 20, 2017
Saturno, de Eduardo Halfon
A pesar de que nos mirábamos casi a diario, no recuerdo la última vez que usted estuvo conmigo. Dirigirse la palabra, padre, no es hablar. Sentarse a comer juntos no es estar juntos. Manteníamos una relación civil porque nuestra diplomacia así lo requería, porque no teníamos el valor para admitir nuestra creciente desidia, nuestro fracaso. Nos ignorábamos. Su presencia sólo la percibía cuando me insultaba. Como un bicho, usted me insultaba. ¿Lo recuerda, padre? Siempre me fue incomprensible su completa frialdad hacia el sufrir y la vergüenza que podía causarme con sus palabras y condenas.
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Usted mandaba. Más que un padre, usted era un tirano. Para mí, usted poseía la enigmática cualidad de todo tirano cuyos derechos están basados en su persona y no en la razón. Usted no razonaba. De su boca sólo salían órdenes. Y como un subordinado, yo debía cumplirlas.
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Y me escapé. De todos. Pero en especial de usted. Abandoné todo (su autoridad, su dinero, sus ideas, hasta su religión) y viajé hacia la única cueva donde me sentía protegido, donde sabía poder estar completamente aislado de usted. Al lenguaje. Era imperativo escaparme a un mundo sobre el cual usted jamás pisaría. Al mundo de la madre: el lenguaje, las palabras, la literatura. Un mundo inaccesible para gigantes como usted.
Huyo escribiendo, padre.
[Jekyll & Jill]
lunes, abril 17, 2017
martes, abril 11, 2017
Voces de Chernóbil, de Svetlana Alexiévich
Este libro no trata sobre Chernóbil, sino sobre el mundo de Chernóbil. Sobre el suceso mismo se han escrito ya miles de páginas y se han sacado centenares de miles de metros de película. Yo, en cambio, me dedico a lo que he denominado la historia omitida, las huellas imperceptibles de nuestro paso por la tierra y por el tiempo. Escribo y recojo la cotidianidad de los sentimientos, los pensamientos y las palabras. Intento captar la vida cotidiana del alma. La vida de lo ordinario en unas gentes corrientes. Aquí, en cambio, todo es extraordinario: tanto las inhabituales circunstancias como la gente, tal como les han obligado las circunstancias, elevándolos a una nueva condición al colonizar este nuevo espacio. Chernóbil para ellos no era una metáfora ni un símbolo, era su casa. Cuántas veces el arte ha ensayado el Apocalipsis, ha probado las más diversas versiones tecnológicas del final del mundo, pero ahora sabemos positivamente que la vida es incomparablemente mucho más fantástica.
Un año después de la catástrofe, alguien me preguntó: "Todos escriben. Y usted que vive aquí, en cambio no lo hace. ¿Por qué?". Yo no sabía cómo escribir sobre esto, con qué herramientas, desde dónde enfocarlo. Si antes, cuando escribía mis libros, me fijaba en los sufrimientos de los demás, a partir de entonces mi vida y yo se convirtieron en parte del suceso. Se fundieron en una sola cosa y no había manera de mantener una distancia.
[Svetlana Alexiévich, autora]
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Pero he viajado a la zona de Chernóbil. Ya había estado muchas veces. Y allí he comprendido que me veo impotente. Que no comprendo. Y me estoy destruyendo con esta incapacidad de comprender. Porque no reconozco este mundo, un mundo en el que todo ha cambiado. Hasta el mal es distinto. El pasado ya no me protege. No me tranquiliza. Ya no hay respuestas en el pasado. Antes siempre las había, pero hoy no las hay. A mí me destruye el futuro, no el pasado.
[Piotr S., psicólogo]
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Nubes de polvo. Tractores en el campo. Mujeres con las horcas. El dosímetro que zumba.
No hay gente y el tiempo se mueve de otro modo. El día es largo, inacabable, como en la infancia.
Prohibido quemar hojas. Las enterraban.
No se puede sufrir así, tan sin sentido. [Llora] Sin palabras hermosas conocidas. Ni siquiera sin la medalla que le dieron. Allí está, en casa. Nos la dejó a nosotros.
Pero hay una única cosa que sé, y es que ya nunca más seré feliz.
[Nina Prójorovna Kovaliova, esposa de un liquidador]
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Decían que era Chernóbil; escribían que era por Chernóbil. Pero nadie sabía qué era aquello. Ahora aquí todo es diferente: nacemos de otro modo y morimos de otra manera. Diferente a todos los demás. Usted me preguntará, ¿cómo se muere después de Chernóbil? Un hombre al que amaba, al que quería de una manera que no habría podido ser mayor si lo hubiera parido yo misma, y este hombre se convertía ante mis ojos en… en un monstruo.
Le extirparon los ganglios, y como ya no los tenía, se trastocó toda la circulación; hasta la nariz se le movió, creció al triple de su tamaño; los ojos parecían otros, se le desplazaron a los lados, apareció en ellos un brillo desconocido y una expresión como si no fuera él, sino otro el que mirara desde allí. Luego un ojo se le cerró por completo.
[Valentina Timoféyevna Ananasévich, esposa de un liquidador]
[Debate. Traducción de Ricardo San Vicente]
jueves, abril 06, 2017
I
Es el viento, la brisa por la sombra,
la luz, el rastro de agua, puro o yerto,
luna o sol, roca y árbol, el desierto;
océano de arena, apenas nombra
el lazo cómplice sin tiempo claro,
ante el agua y la duda es el vacío,
alumbrando el silencio la huella, río
sin tiempo, une sin hilos, en un raro
laberinto transformado en su Nada,
primitiva la forma antes del Todo,
la carne de su imagen engendrada
de la escoria, su tiempo que ha prendido
la lección íntima de su destello:
en su nombre celebrarán su olvido.
Joaquín Fabrellas, Clara Incertidumbre
la luz, el rastro de agua, puro o yerto,
luna o sol, roca y árbol, el desierto;
océano de arena, apenas nombra
el lazo cómplice sin tiempo claro,
ante el agua y la duda es el vacío,
alumbrando el silencio la huella, río
sin tiempo, une sin hilos, en un raro
laberinto transformado en su Nada,
primitiva la forma antes del Todo,
la carne de su imagen engendrada
de la escoria, su tiempo que ha prendido
la lección íntima de su destello:
en su nombre celebrarán su olvido.
Joaquín Fabrellas, Clara Incertidumbre
lunes, abril 03, 2017
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